Por la boca del niño la bestia del miedo dejo oír su voz de angustia primero se cava el agujero del miedo, y lo mejor que puede pasar es que pueda decir su nombre (1).

Podemos decir con Kierkegaard, en Temor y temblor, que un lugar vacío es el que luego será simbolizado por el mito y la religión.

El filósofo danés interpretó la muerte de su padre como el último sacrificio de amor del padre por el hijo. Traza un paralelo innegable entre la relación del filósofo con su padre y la relación de Abraham con su hijo Isaac, ante la orden de Dios para su sacrificio. Es conocida la perturbadora relación de Kierkegaard con su padre, encontrando en su escritura una solución.

Lacan diferencia el Nombre-del-Padre del pecado del padre, precisamente, apelando a la figura del padre de Kierkegaard.

Si la primera condición de angustia que el yo introduce es la de la pérdida de la percepción, homologada a la de la pérdida del objeto, el niño ahí aún no cuenta con la significación de la pérdida de amor. Luego la experiencia enseña que el objeto permanece ausente, pero puede ponerse malo para el niño, entonces la pérdida del amor por parte del objeto, se convierte en un nuevo peligro y una nueva condición de angustia más permanente (2).

Inquietante y perturbadora, ya no por la pérdida ni por la ausencia, sino porque ese objeto familiar cambia de signo –Unhemlich–.

Poniendo en serie a Descartes, Kierkegaard, Freud, Lacan con sus diferencias, destaco una hebra que los anudaría: esto es que la angustia se escribe en el cuerpo y se hace escuchar.

Uno de los grandes temores de Borges era a los espejos y su poética lo escribe:

Yo, de niño temía que el espejo

Me mostrara otra cara o una ciega

Máscara impersonal que ocultaría

Algo sin duda atroz. Temí asimismo

Que el silencioso tiempo del espejo

Se desviara del curso cotidiano

[…]

(A nadie se lo dije; el niño es tímido). […]. (3)

Yo que sentí horror de los espejos

no sólo ante el cristal impenetrable. […]

Hoy, al cabo de tantos y perplejos

años de errar bajo la varia luna,

me pregunto qué azar de la fortuna

hizo que temiera los espejos. […] (4)

Los niños portan un saber y una solución en los pliegues de sus miedos, nos enseñan por medio del “azar de la fortuna”, cómo intervenir bajo transferencia cada vez.

Escuchar el “estrago inconmensurable que el Otro” causa en los niños, enfrentándose a la violencia con sus miedos.

Como sostiene Daniel Roy, “Por la boca del niño la bestia del miedo dejo oír su voz de angustia primero se cava el agujero del miedo, y lo mejor que puede pasar es que pueda decir su nombre” (5).

Decir su nombre a través del autotratamiento de los miedos constitutivos en los niños, es un tiempo de “construcción” en los avatares de la constitución subjetiva que es ineludible; proceso de construcción que la época rechaza aplicando a las subjetividades que ellos mismos fabrican disciplinas al servicio de una orden de hierro.

Silvia Bermúdez. Miembro de la EOL y de la AMP.

 

  1. Roy, D., El miedo en los niños. Buenos Aires: Paidós. 2011.
  2. Freud, S., (1926 [1924]) Inhibición, síntoma y angustia. Obras completas. Tomo XX. Addenda. Buenos Aires: Amorrortu. 1992, p.159.
  3. Borges, J. L., El espejo. Obra poética. Buenos Aires: Emecé.
  4. Borges, J. L., Los espejos. Obra poética. Buenos Aires: Emecé.
  5. Roy, D., El miedo en los niños. Buenos Aires: Paidós. 2011. op. cit.