En el malestar de la civilización actual se produce una particular “efervescencia de fenómenos identitarios” (1). En la época del imperio de la imagen cuando las identificaciones se presentan frágiles, la tónica es que los sujetos se adhieran a categorías de identidad cuya hipótesis es que les proporcionan un lugar posible en el entramado social y, desde aquí, una razón poderosa para vivir.

La cuestión “¿quién soy?” vela la causa que opera en el inconsciente: “¿qué soy?” en el campo del amor, el deseo y en el goce. Pregunta que implica no descuidar de qué goza el sujeto a partir de la tenencia particular del cuerpo que le es propio.

Algunos sujetos piden un espacio de palabra, otros no. Aunque todos acuerdan que quieren que la sociedad les dé un lugar de dignidad sea cual sea su posición y sus elecciones de vida.

En la ocasión de participar en un espacio puntual de radio sobre la temática de la transexualidad en los niños y adolescentes, y a partir de mi interés por los fenómenos sociales, he ido aprendiendo que la fuerza de un movimiento identitario que reivindica la singularidad de los componentes del grupo aunándolos en una categoría común parte, en algún punto, del brote de un sufrimiento. Localizamos a un sujeto que identificado a un “yo soy así” mantiene callado un sentir angustiado que impide su manifestación. Una vía actual de tratamiento es juntarse, acercarse a otro que “igual que él” piense y sienta “lo mismo”. Es el espíritu comunitario que opera en una sociedad. (2).

En antena, un padre dio cuenta de la importancia que tenía que la familia y la escuela supieran escuchar y acoger la singularidad de los niños transexuales. Explicó una buena experiencia que su hijo, de unos 7 años, tenía en su escuela. El niño había sido bien acogido una vez que había expresado su elección de identidad sexual. Y es que además el niño, con deseo de niña, de transformación en un cuerpo de niña, quería incluirse en el grupo de sus otros que, aunque diferentes, son niños y niñas, iguales a él/ella.

Un caso afortunado pues, al parecer, el niño pudo obtener un lugar de calma consigo mismo y con sus otros. Quizá bajo el efecto de una pacificación de las pulsiones del cuerpo prontas a emerger con mayor fuerza en la pubertad. Queda por ver si con la posibilidad de hacer de ello un síntoma.

Del relato radiofónico, recorté la idea de un reclamo por parte del colectivo de soporte que hemos de conocer y saber tratar: acoger las elecciones cada vez más tempranas de los niños, que no son ni están enfermos, protegiendo las diferencias sin hacerlas segregacionistas.

El psicoanálisis nos da elementos para leer la realidad psíquica también como realidad social, y nos permite alojar a los sujetos y a sus identidades, uno por uno, ofreciendo un lugar posible para el lazo social de aquel que sufre. Eso sí, en tanto él o ella quiera saber el porqué de su diferencia, la inimitable singularidad como ser humano: el cuerpo simbólico, imaginario y real que habita. Y lo que es más importante, cómo saber arreglárselas con ello.

Rosa Godínez.

 

  1. M. Álvarez, Reseña de la conferencia “Identifícate” a cargo de Enric Berenguer en Blog ELP.
  2. S. Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), Obras completas, vol. XVIII, Buenos Aires, 1978, Amorrortu, p.114.