Lacan recordaba en 1957 (“De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”) que toda categoría nosográfica no era más que un conjunto de significantes desde los que se intenta dar cuenta ordenada de las distintas maneras en que lo real aparece en la clínica.
Hoy es la biopolítica, como pasión por clasificar cualquier malestar, la que produce “falsos nombres” para de esta manera enmascarar el real que subyace a ese malestar y que da cuenta siempre de la causa singular de cada sujeto. Los podemos calificar de falsos nombres porque es cierto que por un lado nombran algo de lo real en juego (agitación del TDAH, desfallecimiento del bipolar), al tiempo que falsean al sujeto al tratar de reducirlo a esa categoría.
Si el amo antiguo producía mecanismos de sumisión colectiva a partir de identificaciones a rasgos ideales, la biopolitica se presenta como una nueva forma de discurso destinada a producir nuevas servidumbres voluntarias a cambio de la autorización de un cierto goce. Las comunidades que surgen de allí acogen ese goce como el rasgo común.
Esta rubrica aspira a hacer un recorrido por esos falsos nombres y por sus usos posibles.
Eugenio Díaz y José Ramón Ubieto.
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La era del «naming»
La biopolítica, en su pasión por curar (y controlar) a la población en nombre del bien común y del cálculo de lo mejor (1), no cesa de producir falsos nombres para el sujeto. Nombres porque designan algo muy real, algo que habla de cómo cada uno se...