Factus eram ipse mihi magna quaestio et interrogabam animam meam…

S. Agustín: Las Confesiones (IV, 4, 9).

En función de la brevedad que exige este espacio me limitaré, sin desarrollarlos apenas, a proponer algunos elementos a partir de los cuales desplegar el problema que plantea el afán por el diagnóstico que invade la clínica médica actual planteándolo en su transitividad: “diagnosticar- ser diagnosticado”. Entenderé aquí “diagnosticar” como una forma del identificar, en el sentido de conocer, y el “ser diagnosticado” como una forma de adquirir una identidad, es decir, como una forma de ser nombrado, con la pretensión de que el nombre y lo nombrado se correspondan, sean idénticos. Aunque no sea necesario, recordaré que “identificación” viene del latín idem: el mismo, lo mismo, y facere, hacer.

Situemos primero el contexto en el que esta cuestión se produce, y éste no es otro que el de una época en la que lo representable de lo ente supone que lo individual, lo particular del individuo, pierda todo su valor para quedar transformado en una representación de lo universal debido a que con este representar se tiene vocación de exactitud, de confirmación de lo ya conocido (1).

Me detendré sólo en dos consecuencias de esta transitividad “diagnosticar-ser diagnosticado”. Del lado del clínico que diagnostica -entendemos aquí diagnóstico en el sentido de conocer lo nombrado a través del nombre-, y en función de su vocación de exactitud, éste puede prescindir de la excepción de lo individual para refugiarse en una biología con vocación de universal que habla de un cuerpo necesariamente desprovisto de identidad puesto que debe responder a este universal en el que el clínico se ampara.

Del lado del paciente que recibe, quizá como un regalo, este nombre que supone un diagnóstico, cabe pensar que la aspiración de universalidad es la misma, pero con otro alcance: transformar su cuerpo en un “cada-ver”, si se me permite esta grafía, para que lo que no cesa de escribirse en su cuerpo ya no sea de su incumbencia, trasladando así al clínico que lo nombra la impotencia que supone este no cesar de escribirse de su síntoma, convirtiendo así su persistencia del síntoma en un objeto que deja en la insatisfacción el deseo del Otro, en la excepción a la omnipotencia de su ciencia.

Así pues, esta identificación por el síntoma supone la pretensión por parte del identificado, del hecho idéntico a su síntoma a través de un nombre, de que lo Real del cuerpo ya no le concierna, sino que devenga, en su insistencia, impotencia del Otro, del clínico que nombra. Una solución para prescindir del falo al estilo de Juanito para quien, recordemos, el pene era desmontable y, por tanto, podría ser desmontado de un cuerpo para ser montado en otro que deberá a partir de entonces sostener su impotencia (2).

Francesc Roca.

 

  1. M. Heidegger: “La época de la imagen del mundo”, en Caminos del bosque. Madrid, Ed. Alianza, 1995, pp. 78-79 y 88-90.
  2. J. Lacan: “Journées du cartel de l’École freudienne de Paris”, in Lettre de l’École freudienne, 1976, nº 18, pp. 268-269.