La personalidad es un constructo de la psicología que parte de la premisa de la unidad del sujeto y de la conciencia como centro del individuo El uso actual de este constructo, que no llega a la categoría de concepto, muestra y se demuestra su falacia respecto a dar cuenta de lo real en juego en la relación del sujeto con su ser, con el goce y con su dificultad en poder decir “yo soy eso”. Demuestra los espejismos del ser y de la identidad, la problemática de la identificación versus la identidad, de la inscripción del sujeto en el lazo social y de la inclusión de cada uno en lo colectivo. En el lugar que la psicología y la psiquiatría pone a la personalidad, desde el psicoanálisis colocamos al sinthome. Siendo “el síntoma, el verdadero reverso de la personalidad” como escribe Vicente Palomera.

Actualmente, en la clínica psicológica y psiquiátrica dominante, la concepción de la personalidad es signo de lo imposible. Lo imposible de reabsorber en la clínica del medicamento y de la reducción del sujeto del inconsciente a la conducta. Incluso me atrevo a decir que allí donde se diagnóstica un Trastorno de la Personalidad es donde se esconde lo singular de cada sujeto, es decir lo que resiste a la clasificación y a ser “normalizado”. En el sentido que Lacan, en el seminario XIX, retoma la cuestión de la norma, lo normal y lo desviado de la norma.

En la clasificación DSM lo patológico, lo desviado de la norma, se distribuye en los denominados ejes diagnósticos. Sitúa los síntomas tratables por fármacos en el eje I y deja el eje II para el diagnóstico de la personalidad. Éste último ha quedado como un reducto de la influencia psicodinámica en el psiquiatría americana. La utilidad del llamado eje II es el haber constatado la influencia de la “personalidad” en la respuesta terapéutica del eje I. La influencia a modo de resistencia a la respuesta terapéutica esperada por la clínica del medicamento por padecer un “trastorno” de la personalidad.

El DSM IV define a los trastornos de la personalidad como “un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto, tiene su inicio en la adolescencia o al principio de la edad adulta, es estable a lo largo del tiempo y comporta malestar o perjuicios para el sujeto.” Lo primero que salta a la vista es lo que el semblante de objetividad clasificatoria apenas alcanza a velar su función de control y homogeneización social. Pero lo interesante es el uso actual de estos diagnósticos de personalidad. Su uso es el de marcar lo que en cada sujeto es lo desadaptado, lo irremediablemente desadaptado. Allí donde se debería a ir a buscar el síntoma del sujeto, lo más singular, se propone un trastorno.

La psiquiatría actual relega en lo «trastornado» lo real de la clínica, su real, es decir su imposible. El imposible que, en lugar de cernir, trata de forma fallida por una nueva clasificación. Los trastornos de la personalidad son uno de los puntos que ha hecho tan problemática la nueva edición del DSM, hasta el punto de tardar varios años más de los previstos en ver la luz. Sin que al final lo hayan resuelto dejándolo en una nebulosa para las “investigaciones” futuras dice la nueva edición.

Propongo leer este síntoma clasificatorio de la psiquiatría dominante actual no desde la nostalgia de que es una mala clasificación, sino desde lo imposible que ella misma produce y hacer resaltar la orientación de la política del síntoma que es la nuestra.

Montserrat Puig.

Texto redactado a partir la intervención en la presentación del libro «De la personalidad al nudo del síntoma» de Vicente Palomera realizada en la BCFB en junio 2014.