En una crisis como la de Venezuela, donde la palabra no predomina y el amo en el poder desconoce los semblantes institucionales que lo limitan, y el diálogo entre partes en conflicto no prevalece, no es posible avanzar sobre los impases que se vuelven imposibles, entonces se abre, como ha sucedido, el camino hacia la violencia con su saldo de muertes innecesarias.

Con esta realidad se confrontan los líderes de los dos polos que conforman la situación actual del país. Situación que responde igualmente a las tendencias universales del comportamiento de las masas contemporáneas en cuya dinámica se observa la búsqueda de satisfacción inmediata, así como la fuerza menguada de los ideales en el ejercicio del liderazgo.

El liderazgo del chavismo, en particular el que ejercía Chávez, contrasta mucho con los de la oposición. El suyo es un ejemplo de liderazgo más clásico. Mantiene la formula caudillista enlazada a un ideal que él denominó Socialismo del siglo XXI. Chávez era hábil en el uso de la nominación para fabricar realidades. No importa si luego no funcionaban, pero aseguraban un universo que otorga identidades, sentido de pertenencia y protección.

Del lado de la oposición resalta la queja por la acción insuficiente de los líderes a quienes se les pide que hagan lo que no pueden hacer, lo cual se traduce en insatisfacción a menos que se pongan radicales.

En ese espacio de insatisfacción las masas actúan por su cuenta. O, por el contrario, se alinean a liderazgos espontáneos que surgen de la coyuntura del momento. Son líderes de la adrenalina que gritan consignas y trancan calles.

Ambas masas se orientan por motivaciones diferentes y piden lideres también diferentes. A la del chavismo no les dice mucho el discurso sobre valores libertarios, democráticos, institucionales. Se motivan por la solución de necesidades básicas. Chávez sabía construir una narrativa para ellos extrayendo ideales alienantes de esas necesidades pero que aseguraban un lazo social.

Del lado de la masa opositora subsiste un deseo de regresar al estado anterior, de recuperación de privilegios perdidos y son más apreciados los valores de institucionalidad, orden, democracia como la conocieron y reclaman a sus líderes.

Aunque el colectivo se adose al ideal, igualmente reclama el goce que el líder no alcanza a satisfacer. Estamos en la época de menos ideal y de un resto que no debe perderse. El problema es que hoy ese resto es más difícil de renunciar que en el tiempo de Freud. La situación venezolana parece encajar bien en estas vicisitudes libidinales.

La propuesta de Lacan sobre “un nuevo régimen del lazo social a partir del fantasma y del goce, y ya no a partir de la identificación…” (1), como precisa Eric Laurent, arroja luz sobre este hecho contemporáneo.

El líder en posición de amo produce un goce que es el secreto de su poder, sin olvidar que esta castrado puesto que se aloja en un discurso. Si se lo quiere capaz de todo y, por lo tanto, fuera de la castración, se acentúa lo imposible y el resultado es que la gente nunca está satisfecha con el líder.

Por otra parte, cómo explicar el fenómeno tan actual de líderes que siguen a las masas. Líderes que en este, o en cualquier caso, son absorbidos por el imperio del goce para una masa constituida igualmente sobre la base del goce y prácticamente sin Otro.

Gerardo Réquiz (NEL-Caracas).

 

  1. El goce y el cuerpo social, por Éric Laurent.