En respuesta a la célebre frase “el hombre es la medida de todas las cosas”, en nuestros días y en aras del control, se mide al hombre.

A partir de aquí, ¿qué concepción se tiene de lo humano?, ¿qué trato se le da?

En primer lugar, se fija un consenso sobre lo que devendrá una norma, luego la norma se aplica ciegamente y se ubica al sujeto como índice en la norma: está por debajo, está por arriba, pertenece al conjunto tal o cual, y he aquí el resultado: se lo nomina TOC -trastorno obsesivo compulsivo-TDAH -trastorno por déficit de atención con hiperactividad-….

Las siglas pueblan a sus anchas en nuestra sociedad.

Las siglas lo designan y a partir de aquí el sujeto está evaluado.

¿Y qué trato se le da a este sujeto así evaluado? Se lo reduce a ser un objeto producto de la evaluación, se lo reeduca, se lo medica para acallar su manera de gozar, a condición de desconocer su goce y de ser subsumido en la norma. El ser evaluado pasa así a ser devaluado.

El evaluador en nuestros días cobra la forma de un experto en aplicar una técnica.

Y vosotros consentís en ser tratados de esta manera, vosotros servís como evaluados al evaluador.

Ya Freud hablaba de las servidumbres del yo frente al superyó. Esa vocecita que pide y exige y que se torna en un imperativo de goce frente al cual el sujeto no puede cerrar los oídos.

Ya no existe Ulises que frente al llamado de las sirenas se hacía atar en el palo mayor, para no ceder a esta voluntad.

Al consentir al encanto de las sirenas, al llamado del evaluador sois gozados, sois devaluados. Os sometéis a la ferocidad de esta voz que os convoca y que os reduce a ser objeto de una nominación. Esta nominación, cual etiqueta, viene como en la mercancía a decir vuestro valor de uso, vuestro valor de cambio, viniendo así a obturar lo más particular, lo más peculiar. Cuando no hay una ética que oriente se colocan etiquetas.

Convocar al sujeto del inconsciente, a un pensamiento que se articula con el decir, en tanto es el discurso de lo particular en donde están inscriptos los nombres que el sujeto recibió, un deseo no anónimo que lo humanizó, y su peculiar gusto por aquello que lo excede, es decir su manera de gozar. Saber qué es lo que hizo ley para ese sujeto es ir en contra de una norma “para todos” en la que el sujeto queda preso de una etiqueta que lo obtura y le da un falso ser: soy hiperactivo. ¿Y ese movimiento que lo agita no es acaso una forma de angustia? La cual habrá que sintomatizar para darle un tratamiento especial.

Este falso ser va en connivencia con el yo del sujeto en la dirección del desconocimiento, alienándose en este falso ser y por tanto desconociendo lo que hizo ley para él.

Frente a esta subjetividad moderna etiquetada por un supuesto otro que sabe: el evaluador y cuya ferocidad se traduce en esa voz que se presenta como un imperativo que viene del exterior pero que es lo más íntimo del sujeto y a la cual vosotros consentís.

En contra de la tiranía del amo moderno en el reino de lo cuantificable en la que su súbdito es la subjetividad moderna y cuya política es la del control.

Oponemos frente a esa tiranía, al sujeto del inconsciente cuya materialidad reposa en los tropos de la lengua, en un decir más digno, es ahí en donde están los trazos que marcan su peculiaridad y su manera de gozar.

En contra de la cifra, del hombre medible sometido a la norma del para todos apostamos por lo peculiar del síntoma.

Ana Lía Gana.