“Llamemos heterosexual, por definición, a lo que ama a las mujeres, cualquiera que sea su propio sexo” (1).

En otras palabras: una conversación con Lacan

Para Lacan, hetero y homo no se refieren estrictamente a la diferencia sexual o a las elecciones de objeto, dado que la “realidad se aborda con los aparatos de goce” (2). Lacan dirá algo más en su ejercicio de definir lo indefinible, en una página, la 491 de El Atolondradicho. Encontramos ahí toda su exuberancia en cuanto al uso de la equivocidad del sentido. Veamos con Lacan qué es qué

  1. ¿Qué es una mujer? “Decir que una mujer no es toda es lo que el mito nos indica por ser ella la única cuyo goce sobrepasa a aquel que surge del coito” (3).
  2. ¿Qué es el goce de una mujer? “si se satisface ahí la exigencia del amor, el goce que se tiene de una mujer la divide, haciendo de su soledad partenaire, mientras que la unión queda en el umbral” (4).
  3. Y el hombre, ¿de qué goza? “Cómo reconocería el hombre servir mejor a la mujer de la que quiere gozar si no es devolviéndole ese goce suyo que no la hace toda suya: por en ella re-suscitarlo” (5).
  4. Pero el sexo, ¿qué es? “ Lo que se llama el sexo es propiamente, por sostenerse de notoda, el heteros que no puede saciarse de universo” (6).

Las definiciones de Lacan se reducen y adoptan una lógica con su radical simplicidad, en una deconstrucción del género que, a mi parecer, ni aún Judith Butler arriesgó: hetero corresponde a no toda, a lo que es otro; homo corresponde nada más que a lo semejante, a lo mismo, cualquiera sea el propio sexo o la elección de objeto en cuestión. Homo y hetero no corresponden a identidades, sino a modos de amar, gozar, y más aún a modalidades del decir.

Pensar por esa vía propuesta por Lacan, nos llevará a una lógica otra, hetero, que no niega los binarismos, pero no hace de eso el centro de la cuestión. Los descentra.

Su mérito está en no incurrir en generalizaciones, deslocalizando centrismos, sean los que fueran, en el propio cuerpo de las definiciones que propone, descompletando y deslocalizando lo que concierne al campo del goce y del amor y de la sexuación.

Del falo como falacia

En el Seminario 23, capítulo 7, encontramos una nueva definición de falo, como “falacia que testimonia de lo real”- este nuevo estatuto que Lacan da al falo, el del semblante que testimonia de lo real, se diferencia de aquél inscripto en “La significación del falo”, es un operador articulado a la significación. El falo como semblante no determina una identificación.

Con esta nueva perspectiva será preciso pensar en las incidencias clínicas del falo fuera de la metáfora paterna. Es lo que Lacan hace al retomar la cuestión de la histeria a través de la pieza “El retrato de Dora” de Hélène Cixous, y formular la expresión “histeria rígida”, o sea la histeria sin el sentido, de una histeria que prescindiría del Nombre del padre.

El valor fálico ya no se encuentra tanto en el nombre, sino en el goce. Si en la metáfora paterna el nombre es lo que devela el enigma del deseo de la madre por medio de la significación fálica, cuando el falo se constituye como semblante que testimonia de lo real, el nombre podrá funcionar apenas como un instrumento para resolver el goce por el sentido.

Es lo que puede estar en juego en el uso que algunos sujetos hacen de las identidades, que es algo bien diferente que el recurso a una identificación. Una identificación es un recurso posible para un sujeto, servirse del falo en tanto simbólico. Una identidad podrá apuntar a otro uso del falo, o sea, podrá ser leída como un recurso al falo como semblante, que permitiría una regulación de goce que no opere vía castración, pero que quizá podría funcionar como un artificio para resolver el goce por el sentido.

Luciola Freitas de Macedo (EBP).

Traducción Gabriela Medin.

 

  1. Lacan J, “El Atolondradicho” en Otros Escritos. Ediciones Paidós p. 491.
  2. Lacan J EL Seminario Libro 20 Aún. Ediciones Paidós p. 69.
  3. Lacan J “El Atolondradicho” p. 490.
  4. Ídem, p.491.
  5. Ídem.
  6. Ídem.