Hemos pasado del identifíquese usted como pregunta, que marcaba un cierto margen para la historización subjetiva, para la clandestinidad, para la soledad común, a identifíquese usted como orden; póngase un cartel, agrúpese con los suyos, queremos su identidad bien visible.

Me recuerda a las estrellas amarillas con que marcaban los nazis a los judíos. Vaya mal sueño; de repente me he sentido dentro de lo que llaman globalización: pequeños campos de concentración generalizados donde las personas entran voluntariamente. Entonces, cómo abordar esto en una Escuela en cuyo dintel se podría leer: Entre usted sin etiquetas y háblenos de su singularidad.

La otra cosa son los seres hablantes, cada uno de nosotros. Vivimos pegados a los significantes de otro desde el que somos hablados y lo que queda de vivo en nosotros, lo que el significante no ha conseguido triturar, lo alucinamos fuera de nosotros mismos, intentando recuperar por medio de la pulsión lo que no es más que agujero. Ni significantes que digan lo que somos, ni un organismo adaptado a la naturaleza. Somos pues algo que consiste entre dos agujeros, tenemos que inventar un modo de consistir y aún de existir. Es ahí donde vienen las identificaciones que pueden cristalizar en una identidad (1) y también síntomas, escrituras reales que en su singularidad nos sacan de la eternidad del sentido, para poder vivirnos como sexuados.

Un ser humano no encuentra en el lenguaje el significante que nombre su ser; es la condición de ser sexuado y hablante. Uno y uno no hacen dos, en tanto el dos daría cuenta de la relación sexual que no existe. Se trata de lo uno en cada uno, que toma el cuerpo como otra substancia sobre la que escribir lo imposible de la relación sexual y que toma a los partenaires, como objetos.

Las identificaciones son S1 arrancados del Otro del lenguaje que nos permiten dar sentido a nuestros sufrimientos, aspiraciones ante el ideal inalcanzable al precio de coagular el fantasma para el goce del Otro. Otro tipo de consistencia del yo soy más subterránea, más angustiosa. Casi como el descubrimiento de los grandes secretos sobre el mí mismo y mi ser en el mundo, falsos también. El Otro no me goza porque no existe, es un fantasma; una alucinación que hace soportable la falta en mí, llamémosla castración del goce fálico.

A falta de significante que me nombre o de ser el objeto con el que el otro goza, qué me queda. Si la eternidad del sentido no me detiene y ser el objeto de goce del Otro no me nombra, qué nombre puede apuntar a mi singularidad. Si descubro que es mi cuerpo el que goza y no puedo contabilizar todo su goce, si me encuentro con el Significante del Otro barrado como un real y el objeto a como un semblante…

Lacan dice: hay el shintome. Cómo imaginar eso, cómo decir lo que está fuera del sentido. Es una cuestión de cuerpo. Imaginar un goce prendido de un deseo sin sentido, marcado por el no todo puede ser una vida.

Ricardo Rubio.

  1. Laurent, E.; “Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo”, VI ENAPOL, XVIII Encuentro Internacional del C. F.