En nuestras sociedades actuales occidentales -aunque cada vez se extiende más merced a la globalización- los hombres hacen suya la interrogación sobre su identidad con particular agudeza. Por supuesto esta no es una pregunta exclusivamente actual. La pregunta “¿quién soy?” insiste a lo largo de las épocas, pero quizás cobra hoy un carácter mucho más dramático en razón de que la respuesta social es más inconsistente. No vivimos en el lugar en que nacimos, no mantenemos un mismo trabajo y ni siquiera mantenemos algunos lazos afectivos fundamentales por mucho tiempo.

Paradójicamente el lazo social ofrecido desde la sociedad: “el individualismo democrático de masa” (1), sólo puede la más de las veces ofrecer una alienación reforzada standard que deja a los seres hablantes con identidades compartidas en las que su singularidad se pierde. Desgarrados entre exigencias de conformidad extremas para poder encontrar un lugar en la sociedad y los diversos retornos del goce que no se deja subyugar -y hace fracasar las pretensiones de explicarlo todo, evaluarlo todo, preverlo todo- los sujetos se abocan a encontrar modos de inscribir ese goce que es ante todo trauma, que agujerea el tejido de sus representaciones.

Estas dificultades se ven agravadas para los jóvenes, muchos adolescentes experimentan este período de la vida con mayores tensiones en la medida en que sienten que el goce desborda los márgenes de sus cuerpos, los sorprende y traumatiza. Esos adolescentes encuentran algunas veces en los diversos modos de marcar el cuerpo una posibilidad de regular las irrupciones del goce.

“Una de las formas más antiguas que encarna en el cuerpo el órgano irreal (que es la libido) es el tatuaje.” (2). Sus funciones continúan siendo las que Lacan indicara: la marca en el cuerpo es una materialización de la libido, que aunque irreal puede encarnarse, y está dirigida al Otro. Sitúa al sujeto en el campo de las relaciones del grupo, entre cada uno y todos los otros y al mismo tiempo cumple claramente una función erótica, que resulta siempre fácil de percibir.

Pero además la marca en el cuerpo, que va de los tatuajes hasta los cortes, puede constituir en algunos casos más graves -mostrando que son prácticas transclínicas- una manera de “hacerse un cuerpo” cuando éste “no pide sino marcharse” (3). Lacan dijo que el cuerpo como superficie de inscripción del goce no cesa de huir. La adoración de la forma del cuerpo viene después como el sueño de una consistencia que se daría a él, mientras el cuerpo nos escapa. Dice Lacan “El ser hablante adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su sola consistencia -consistencia mental bien entendido, ya que su cuerpo escapa en todo momento” (4).

Aunque la huida, el escaparse del cuerpo es estructural, decíamos antes que puede acentuarse durante la adolescencia, sin embargo esta acentuación no significa siempre peor pronóstico. En algunos casos las prácticas a las que venimos refiriéndonos pueden ser resolutivas, es decir que no necesariamente están correlacionadas a cuestiones de estructura. Y aún cuando lo estén pueden encontrar salidas en el curso de la vida. Algunas veces bajo la forma de suplencias, la fabricación de un ego corrector al que estas prácticas sirven.

Miriam L. Chorne.

 

  1. Laurent, E., L’envers de la biopolitique, Paris. Navarin – Le Champ Freudien, 2016.
  2. Lacan, J., Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barcelona, Paidós 1987.
  3. Lacan, J., El síntoma, Buenos Aires. Paidós 2006.

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