Con sensibilidad y talento este film (1) ilustra un modo de habitar el mundo propio del sujeto actual. Habitarlo deshabitándose, perdido en una traducción donde cada significado remite a otro, que podría ser cualquiera, sin que en ninguno de ellos el parlêtre encuentre su sentido; es decir, encuentre una identidad plena, un nombre logrado para la singularidad de su modo único de gozar. Un nombre que permitiría que aconteciera la verdad que igualase el nombre propio a la afirmación: soy. Es por ello que muestra algo del tema que hoy nos ocupa: lo fallido de toda identificación y algunas de sus vicisitudes en la contemporaneidad, así como el hastío propio de hacer de la identificación identidad y, de ésta, mercancía. Y es que el objeto-mercancía se propone fácilmente como un sello de identidad que promete, cada vez con menos sutileza, resolver la división subjetiva suturándola. Lo más real de nuestro ser es la fractura, renunciar a la posibilidad más propia que es hacer la experiencia de esta falta en ser no puede tener otro efecto real que un malestar creciente.

Consideremos la cartografía de cualquier ciudad como la cartografía de la soledad y su topografía como una traducción de la paradoja irresoluble entre la palabra encarnada que cobra vida y da sentido a la existencia y la inclinación inevitable del cuerpo al regreso a lo inerte. El inconsciente y las ciudades tienen una afinidad estructural según Freud. El lenguaje es un dédalo de palabras que vela y revela, como el centro de cualquier ciudad donde reside lo más genuino, singular y siempre algo oscuro de su historia. El lugar del origen con su verdad perturbadora que oculta, causa y sostiene la construcción actual.

Lacan, afirmó en 1966 que el inconsciente es Baltimore al amanecer. También viajó a Japón, en el 62 y el 73, y visitó Tokio. No hay referencias tan explícitas como las de Baltimore pero sí lo que llama la “traducción perpetua hecha lenguaje (2)”; es decir una traducción sin fin donde el sujeto se pierde porque no alcanza a encontrar un significado que lo represente, una traducción que es ya más bien un fin en sí misma, un lenguaje, pero que no dice nada de un sujeto en particular. Una traducción que lo quiere decir todo, que no quiere saber nada del malentendido que nos constituye y funda lo que verdaderamente somos, que no respeta lo intraducible. ¿Por qué precisamente la ciudad de Tokio?

Continuará…

Paloma Blanco Díaz.

 

  1. Coppola, S. (2003) (Directora-guionista), Lost in translation, EEUU-Japón.
  2. Lacan, J., El Seminario, Libro XVII, De un discurso que no fuera del semblante. Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 117.