Self portrait, 1948.

Elisabeth Hase fue una fotógrafa alemana que desarrolló su trayectoria artística en el periodo de transición transcurrido desde la República de Weimar hasta la irrupción del Tercer Reich, y que continuó después de la II Guerra Mundial hasta el final de su vida. Aunque participó del movimiento de las vanguardias contagiada por el espíritu de la Bauhaus, que consideraba las posibilidades de expresión de la fotografía desligadas del modelo pictórico, su obra es bastante desconocida debido principalmente a su marcada independencia y a una concepción de la imagen muy personal, que, aunque participaba del auge generalizado de la fotografía en las décadas de entreguerras, ella utilizó también como una forma de búsqueda y expresión de la identidad de su autor. Hase pasó fotografiando la mayor parte de su vida, pero lo hizo a escondidas, evitando que el nazismo pudiera censurarla o señalarla como “peligrosa” en aquello que se llamó el arte degenerado, algo habitual en una época signada por la censura. Con todo, la fotógrafa logró profundizar en su lenguaje visual y crear un estilo reconocible que sobrevivió a su forzoso anonimato.

A menudo la artista se fotografió a través de un experimento visual que podría catalogarse como los orígenes del complejo autorretrato que Cindy Sherman consagraría mucho después. Hase se usaba como lienzo y telón de fondo de una serie de planteamientos complejos sobre la identidad y el género que resultaban impensables en su época y que la condenaron a un ostracismo temprano y que ha sido valorado con posterioridad.

Un claro ejemplo de lo que decimos es el autorretrato que mostramos, una de sus imágenes más expresivas y conocidas, donde aparece una mujer primorosamente ataviada desplomada en una escalera, en la que ha perdido su bolso y sus zapatos, como símbolo de la supuesta vulnerabilidad femenina; por el contrario, en otros autorretratos Hase mira a la cámara con los ojos muy abiertos y concentrados, el rostro serio, como si pudiera mirar al observador. Para la fotógrafa, esa dureza directa y provocadora confería una profundidad inaudita en los que introducía una reflexión crítica sobre las diferencias de género, la exploración de la propia identidad y la recepción de ésta por terceros.

Cuentan que uno de sus lugares favoritos era el cuarto oscuro, donde sacaba a la luz su producción fotográfica, del que anotó en su diario: Aquí en la oscuridad te estoy enseñando a ver.

Blanca Fernández.