En el marco de las recientes Jornadas extraordinarias en Caracas “El psicoanálisis y la libertad de la palabra” pudimos verificar, mas allá de la conmoción del momento, la fuerza de la palabra. El discurso común atrapa la radicalidad del Otro.
¡Atraparon el colectivo! ¡Mataron un colectivo! Estos dichos que aparecen hoy en la lengua común de nuestros vecinos venezolanos, expresan lo que parecía imposible. No se trata de atrapar o matar un conjunto de personas. No, el colectivo nombra aquí a uno. ¿Cómo es posible que un colectivo sea “uno” o que “uno” sea colectivo?
¿Podría considerarse éste un caso extremo de la política de las identidades? La lengua intenta dar cuenta de la manera como la singularidad se pierde. Se trata de la “muerte social y subjetiva” de quien se identifica al cuerpo de su organización.
“Colectivo” es el nombre que recibieron los círculos de defensa bolivariana. Estas organizaciones sociales que tenían como objeto ayudar a la gente y convertirse en entes de solidaridad social, sin ningún partido de base, muchas veces se transforman, en grupos armados y delincuentes del actual gobierno venezolano, desde donde un sujeto se identifica, o quizá tendríamos que decir, su singularidad se hace colectiva, se pierde.
Es la captura colectiva del goce. Lo colectivo como señala E. Laurent, “reemplaza los grandes relatos políticos de la unidad nacional por los relatos de igualdad de derechos entre las diferentes comunidades a los que pertenecen sujetos por ser minoría”. Es decir, describe la manera como el discurso del amo da consistencia a la identificación movilizada por la política de las identidades, en plural, que hace del sustantivo “colectivo” el nombre del yo y supone que el aparato colectivo se hace cargo de todos aquellos que forman parte del mismo, desde el punto de vista de su capacidad de pensar, decidir y vivir.
Clara María Holguin (NEL).