Kreidefelsen auf Rügen (Acantilados blancos en Rügen), 1818.
Las obras del conocido pintor alemán Friedrich se enmarcan dentro del movimiento romántico, un periodo que se inició aproximadamente hacia 1800, y que supuso un gran cambio que permanecerá latente en el futuro desarrollo del arte y de la literatura durante los siglos XIX y XX.
Es fruto de los movimientos sociales y políticos como la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas y las crisis de los sistemas del Antiguo Régimen, y pretendía reivindicar la importancia del sentimiento, de la exaltación de las pasiones, de la intuición, de la libertad imaginativa y del individuo. Este acto, que se puede considerar como de rebelión, arremetió -en lo que al arte se refiere- con la tradición iconográfica y formal clásica, aportando nuevas formas y contenidos.
Es en el romanticismo cuando los fenómenos de la naturaleza cobran una importancia desconocida hasta ese momento, y por primera vez en la historia del arte se representa la angustia del hombre frente a la naturaleza, y los paisajes que la conforman se utilizan para proyectar en ellos sus estados anímicos. El paisaje y sus elementos se emplean de forma simbólica y alegórica, tratando de encontrar en el mundo profano la experiencia de lo sagrado y de lo absoluto.
La obra titulada Acantilados blancos en Rügen, es considerada como una expresión de amor a su esposa Caroline Bommer, pues fue la isla de Rügen el lugar elegido para su viaje de novios. Se trata de un cuadro luminoso, alegre y estival, donde nos presenta un inmenso mar azul y un acantilado rocoso de blanco intenso, que contrasta con los colores de los trajes de los personajes, que son el propio pintor junto con su hermano y su esposa.
Friedrich rompe con el formato apaisado de la tradición holandesa, y expone un paisaje en vertical que tiene como geometría compositiva la hipérbole. Para esta obra utiliza dos hipérboles, una viene definida por el contorno de las rocas y el mar, y la otra, en el primer plano, por el contorno que forman los troncos de los árboles y el límite del acantilado. Esto le permite generar altura y crear profundidad de campo, sin recurrir a la composición clásica del punto de fuga para conseguir perspectiva. El recurso del punto de vista alto le sirve para enfatizar el diminuto tamaño de las figuras frente a lo profundo e inmenso del paisaje. Como es habitual en sus cuadros, los personajes se representan de espalda, una manera de invitarnos para que contemplemos lo que él ve como pintor.
Blanca Fernández.