Una modalidad del selfie es el sexting, voz inglesa -contracción de sex y texting- que sirve para nombrar al envío de fotografías o vídeos sexualmente explícitos mediante el móvil. Esta costumbre es el correlato en la actualidad del dominio del porno en la red. Pero no es única ni nueva.

El sexting, como el selfie, es un recorte del cuerpo que funciona, en el lazo social, como sinécdoque: una parte por el todo. Y metáfora de la parcialidad de la pulsión y la ausencia de relación sexual.

Por el tamaño y la propia función que cumple, puede recordar a los camafeos y miniaturas que se intercambiaban amantes y familiares en siglos pasados.

Sarah Goodridge fue retratista y miniaturista nacida en el seno de una familia numerosa norteamericana tan solo unos años después de la Declaración de Independencia de EEUU en la que se proclamaba la igualdad de derechos y la libertad. Muy hábil en el trazo fino, podía hacer magníficos retratos frente al modelo en escaso tiempo. Después eran enmarcados, o engarzados en broches y camafeos. Su fama se extendió entre la burguesía y los encargos aumentaron exponencialmente. Entre ellos destacó el abogado y congresista Daniel Webster que, en sucesivos años, llegó a pedirle más de quince retratos.

En 1882 Daniel Webster enviudó y Sarah, al enterarse, se encerró en su dormitorio con llave y allí preparó pinceles y pinturas frente a un espejo, realizando el primer sexting conocido: recorta sus senos en el lienzo, y añade un lunar que la singulariza. La pintura es colocada en un pequeño estuche que, al abrirlo, descubre sus intimidades. La acompaña con la nota siguiente:

Mientras estaba ultimando los trabajos de su reciente pedido, cuya factura encontrará adjunta, he tenido conocimiento del lamentable fallecimiento de su esposa Grace. Con motivo de tan luctuosa pérdida, quiero hacerle patentes mis condolencias y manifestarle el apoyo de mi sincera amistad. En testimonio de la misma, y en reciprocidad a la que usted me ha mostrado, me he permitido acompañarle en el envío, sin cargo, un cuadrito que he titulado Beauty Revealed, cuyo valor confío sabrá usted ponderar correctamente, y con el cual espero aportarle algún consuelo.

No sabemos el consuelo que produjo a Daniel Webster pero sí que, unos meses más tarde, se volvió a casar con alguien más joven y rica que Sarah.

J. L. Chacón.