Los nuevos síntomas “bullying, neofobia, adicciones, hiperactividad…” surgen como nuevas clasificaciones que identifican imaginaria y brevemente a los sujetos, pero que dejan de lado lo que el psicoanálisis descubrió: que el síntoma es inclasificable y desafía a las normas. Un nuevo delirio de normalidad se extiende: a cada cual su patología. Proliferan los diagnósticos, y el autodiagnóstico, con neologismos en base a filias y fobias. Todos enfermos y ordenadamente ubicados en identidades frágiles, leves, y cambiantes.
Para el psicoanálisis, a diferencia de los llamados trastornos, la función del síntoma es hacer presente lo imposible de una adecuación del goce y los significantes de la identificación ahí donde el sujeto se cree ser. Alienación al Otro de la identificación que el síntoma viene a desbaratar con el sufrimiento y el malestar que excede a toda norma.
Es por ello que J. A. Miller en su curso Sutilezas analíticas dice del síntoma, que para el psicoanálisis, más bien supone “la rebelión del no como todo el mundo”.
En el trayecto de un análisis, el parlêtre en relación a la verdad y al ser irá interrogando ese ¿quién soy yo?. La caída de las identificaciones por el cuestionamiento de los significantes que le venían del Otro, irán abriendo la vía del orden del ser al de la existencia.
Como señala E. Laurent (El delirio de normalidad, 2009) “El discurso analítico se separa de los otros por su ambición de crear un modo de lazo social apoyado sobre lo que hay de irreductible en el síntoma”. Hablemos de ello, de la experiencia analítica sobre lo real del síntoma, uno por uno.
Margarita Bolinches y Paloma Larena.
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