IDENTIDAD NACIONAL E IDENTIDAD-SÍNTHOMA

Por Vicente Palomera.

1. ¿Cómo abordar desde el psicoanálisis la cuestión de la identidad nacional? ¿Cómo definir la identidad nacional? Empezaré por las noticias de prensa. “Theresa May acaba de proponer que los europeos que residen en el Reino Unido tendrán que sacarse un DNI para mantenerse legalmente en el país después del Brexit, cuando el resto de los británicos no necesita ningún documento de identidad…”. En esta nota de prensa encontramos la naturaleza propia de la identidad nacional. En efecto, detrás de los papeles de identidad está siempre el imperativo del amo. En este caso, la obligación de los europeos de sacarse los papeles de identidad para mantenerse en el Reino Unido demuestra que es siempre el Otro quien somete a los sujetos a la exigencia de ser idénticos. Entonces, extraemos una primera conclusión: el imperativo del discurso del amo consistente en indexar al sujeto siempre por el mismo significante. Esto es un efecto de la mutación cartesiana del sujeto, es decir, una muestra de que el sujeto está sometido a la exigencia de ser idéntico, una exigencia que, en nuestra cultura, es soportada por el nombre propio y un número en el DNI. Ahora bien, el correlato de este imperativo de identidad, a la que el amo somete al sujeto, es que ese Otro que se agita en el seno de mi identidad conmigo mismo se acentúe y se haga aún más presente.

Desde Freud, sabemos bien que lo que el sujeto encuentra en el Otro, en el curso de un análisis, no es tanto su identidad como sus identificaciones y ello en la medida en que vaya separándose de ellas. ¿Y por qué se separa de sus identificaciones? Porque, precisamente, ninguna identificación satisface a la pulsión, es decir, ninguna identificación calma su ser de goce.

2. La identidad es ese ser de lenguaje que podemos abordar en esa articulación entre identificación y goce. Lacan sitúa el problema a partir del estadio del espejo y la función del Yo (Je), es decir, diferenciando el Yo gramatical (Je) del yo del narcisismo (1). Este Yo gramatical (Je) no es el individuo a secas, no es el individuo que se identifica a una comunidad de pertenencia (siempre hostil a las otras), pero tampoco es el yo narcisista (moi) que hunde sus raíces en lo imaginario. Ese Yo gramatical al que se refiere Lacan es una función en la palabra y en el campo del lenguaje, es el Yo que hablando da un lugar al inconsciente, es el Yo de la palabra separada de cualquier esfuerzo o intento de dominio. En esta misma perspectiva, podemos decir que Lacan sostiene que el Yo es más retórico que narcisista, es decir, el Yo se ama a si mismo en tanto ama el propio discurso. Es el lenguaje el que hace existir una conversación entre un “yo que me hablo” y un “yo que me escucho”, lo que llevó a Paul Valéry a declarar “el yo es un eco” lo que, en otras palabras, implicaría que uno se conoce a sí mismo de oídas.

A la hora de responder a la pregunta “¿Qué soy Yo (Je)?, Lacan evoca a Paul Valery: «¿Qué soy Yo (Je)? Soy en el lugar desde donde se vocifera que el ‘universo es un defecto en la pureza del No-Ser’» (2) y prosigue “y esto no sin razón, pues de conservarse, ese lugar hace languidecer al Ser mismo. Se llama el Goce, y es aquello cuya falta haría vano el universo” (3)

Ese lugar es el que cada uno ha de tomar a su cargo después de atravesar las identificaciones tomadas del Otro, desde las normas hasta el modo de comunión posible con el otro. Y, justamente, al terminar el “Estadio del espejo”, Lacan nos da una hermosa fórmula para el final de un análisis: “el psicoanálisis puede acompañar al paciente hasta el límite extático del ‘Tú eres eso’, donde se revela la cifra de su destino mortal”. Extático, la palabra está ahí para designar el ser de goce que no tiene un significante. Aquí tenemos una fórmula que explica que lo que se encuentra al final de un análisis es un ser de goce que no tiene su identidad en el significante y que encuentra su consistencia en el fantasma. Es en esta perspectiva que el sujeto busca discernir su nombre de goce, intentando superar el anonimato que le golpea al nivel del significante. Freud nos da una forma aproximada en los títulos de algunos de sus casos, Ratman, Wolfman, donde tenemos nombres nuevos para designar al sujeto fuera de su nombre propio, por el lugar de un goce donde el sujeto no es más él mismo. En cualquier caso, el nombre de síntoma es un verdadero nombre de identidad en la medida en que nombra a partir de una singularidad y solo una.

En esta perspectiva, ¿qué significa hablar de identidad nacional? Significa ante todo creer en la existencia de una enunciación colectiva, supone el fantasma de un « nosotros » que nos identificaría, lo que a la postre dará lugar a diversos subgrupos en el seno de la especie humana, con los efectos de segregación que ellos generan.

3. ¿Qué es una nación? Antes que nada, es un profundo legado de recuerdos. Ya lo señaló hace años Ernest Renan y, más recientemente, la socióloga Dominique Schnapper declarando que “tanto para los individuos como para los pueblos, la memoria es el predicado del ser” (4).

La idea de nación es siempre mística y oscura. Se la confunde con la etnia, con el Estado o con la sociedad y, más allá de estas precisiones, aparece siempre la nebulosa afectiva: un sentimiento de pertenencia a una colectividad.

Schnapper traza un conciso y diáfano recorrido histórico del proceso, centrado en los discursos de Fichte a la nación alemana, que nuclean los elementos románticos de lo nacional, anunciadores de los posteriores nacionalismos. En compensación, la nación democrática propende a integrar a individuos y grupos heterogéneos, sin acudir a los muertos y la sangre. La “identidad nacional” es un ser de lenguaje, un depósito de recuerdos “encubridores” pues el mismo Renan no exige que dichos recuerdos estén fundados en las más acreditadas investigaciones históricas disponibles. En efecto, en su libro ¿Qué es una nación? (5) escribe: “El olvido, e incluso aseveraría que el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación”. Lejos de recibir con beneplácito al “progreso de los estudios históricos”, Renan hace hincapié en que a menudo ese progreso representa “un peligro para el sentimiento de la construcción nacional”. Digamos que toda nación se construye a base de leyendas y mitos. Es por ello que Renan no se hace ilusiones: “las naciones no son eternas. Tuvieron su principio y tendrán su fin”. Dado este destino final y puesto que Renan entendía la existencia continuada de una nación sobre la base de lo que llamaba “un plebiscito diario”, reiteraba que de hacerse un llamamiento, a una nación le convendría más optar por el mito, codificado por la rememoración colectiva, que optar por la historia. Es por todo esto que cuando se quieren modificar los mitos colectivos nacionales siempre saltan las alarmas. En suma, la identidad nacional es una suerte de iteración de una memoria colectiva que presta escasa atención a la precisión histórica.

¿Podría perdurar el sentido de pertenencia nacional si se socavara el orgullo por la historia de la nación mediante la amplia diseminación de aquellos elementos históricos que deberían ignorarse u olvidarse según aseguraba Renan?

En L’écriture de l’histoire, Michel De Certau, analizó en profundidad esta dimensión de la historia como mito y las distintas prácticas históricas que son el correlato de la praxis social de los colectivos humanos. En un capítulo dedicado a lo que Freud hizo de la historia recuerda que lo que llamamos historia no es más que un relato. Todo comienza con la leyenda que dispone los objetos “curiosos” en el orden en el que hay que leerlos. Es el imaginario que necesitamos para que lo que tuvo lugar en otra parte repita solo el aquí. Cuando recibimos el texto ya se ha realizado una operación, la de eliminar la alteridad y su peligro, para no guardar del pasado más que aquellos fragmentos encastrados en el puzzle de un presente.

Así, pues, la palabra historia vacila entre esos polos que la lengua alemana distingue con precisión entre la historia que se cuenta (Historie) y la que se ha hecho (Geschichte). La finalidad del discurso del amo consiste en hacer del mito el motor fundamental para proponer identidades o mejor dicho identificaciones. Por su parte, el psicoanálisis va a contrapelo de todo “identitarismo”. La política procede por identificación, manipula los significantes amo, intenta capturar al sujeto y, por su lado, el sujeto definido por la falta-en-ser, por la falta de identidad, no pide otra cosa.

4. El psicoanálisis supone un atravesamiento de las identidades sean nacionales, culturales, sexuales, religiosas, mayoritarias, minoritarias, etc. Este empuje a la identidad está en el corazón del debate político actual y los pensadores, intelectuales y universitarios, se sienten llamados a decir algo. Por nuestra parte, se trata de discernir en qué medida el tratamiento lacaniano de la cuestión del Yo (Je), como yo sin identidad pero no sin historia y sin deseo aporta un punto de vista que pueda aclarar los embrollos de la identidad.

Es lo que discutimos recientemente con Clotilde Leguil en un encuentro en Barcelona (6). Como ella señala “la identidad en psicoanálisis puede ser concebida como una relación singular con la existencia por medio de nuestro symptôme. La identidad tiene que ver con lo que excede a toda norma y testimonia de nuestra nativa inadaptación a las normas del Otro. Tiene que ver con el modo con el que respondemos padeciendo lo que no nos conviene en las normas del Otro (…) El symptôme es al mismo tiempo una identidad y también lo que viene a embrollar la relación del sujeto con su ser.”

Para finalizar, lo que en psicoanálisis conocemos como “atravesamiento del fantasma”, es decir, atravesamiento del plano de las identificaciones que sostienen el marco del fantasma del sujeto, es un proceso que conduce a no esperar del Otro el reconocimiento de nuestra identidad. Al final, la identidad es solo un resto que no se modaliza en un “nosotros” identitario porque concierne a la relación más íntima del sujeto con el goce y el estilo del Yo (Je) de cada uno.

 

  1. Lacan, J., “El estadio del espejo como formador de la función Yo (Je)”, en Escritos 1, México. Siglo XXI, 1989.
  2. Lacan, J., “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos 2, México. Siglo XXI, 1991 pp. 799-800.
  3. Ib idem.
  4. Scnapper, D., La comunidad de los ciudadanos. Acerca de la idea moderna de nación. Madrid. Alianza, 2002; y Rieff, D., Elogio del olvido. Barcelona. Editorial Debate, 2017, pp. 45-46.
  5. Renan, E., ¿Qué es una nación?- Madrid. Ediciones Sequitur, 2010 (3ª. Edición).
  6. Leguil, C., Illusion du « nous », Vérité du « Je ». La psychanalyse lacanienne comme traversée des identités, Jornada del Taller de Estudios culturales de la SCB-Universidad Popeu Fabra, Barcelona, 17 de junio 2017.