CITAS DE JACQUES LACAN

«Normalmente, el sujeto da a los objetos de su identificación primitiva una serie de equivalentes imaginarios que aumentan los engranajes de su mundo: esboza identificaciones con otros objetos, etc. Cada vez, la ansiedad detiene la identificación definitiva, la fijación de la realidad. Pero estas idas y venidas proporcionarán su marco a ese real infinitamente más complejo que es el real humano. Después de esa fase durante la cual los fantasmas son simbolizados, aparece el estadio llamado genital, en que la realidad entonces es fijada.»

J. Lacan, Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud, p. 114.

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«Para el sujeto, la desinserción de su relación con el otro hace variar, espejear, oscilar, completar y des-completar la imagen de su yo. Se trata de que la perciba en su completitud, a la cual nunca tuvo acceso, para que pueda reconocer todas las etapas de su deseo, todos los objetos que aportaron a esa imagen su consistencia, su alimento, su encarnación. Se trata de que el sujeto constituya mediante reposiciones e identificaciones sucesivas, la historia de su yo.»

J. Lacan, Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud, p. 269.

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«El punto donde se focaliza la identificación del sujeto a nivel de la imagen narcisista es lo que, en el análisis, llamamos la transferencia. Transferencia, no en el sentido dialéctico que les explicaba, por ejemplo, en el caso de Dora, sino transferencia tal como se la entiende habitualmente, en tanto fenómeno imaginario.»

J. Lacan, Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud, p. 270.

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«(…) que el yo es la suma de las identificaciones del sujeto, con todo lo que esto puede implicar de radicalmente contingente. Si me permiten ponerlo en imágenes, el yo es algo así como la superposición de los diferentes mantos tomados de lo que llamaré el revoltijo de su guardarropía.»

J. Lacan, Seminario 2. El yo en la teoría de Freud, p. 236.

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«Si hay algo que nos muestra de la manera más problemática el carácter de espejismo del yo, es sin duda la realidad del sosia y, más aún, la posibilidad de la ilusión del sosia. En síntesis, la identidad imaginaria de dos objetos reales pone a prueba la función del yo (…)»

J. Lacan, Seminario 2. El yo en la teoría de Freud, p. 385.

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«El sujeto mismo no es más que un ejemplar segundo de su propia identidad. Tiene en determinado momento la revelación de que el año anterior tuvo lugar su propia muerte, que fue anunciada en los periódicos. Schreber recuerda a ese antiguo colega como a alguien con mayores dotes que él. Él es otro. Pero él es de todos modos el mismo, que se acuerda del otro. Esta fragmentación de la identidad marca con su sello toda la relación de Schreber con sus semejantes en el plano imaginario.»

J. Lacan, Seminario 3. La psicosis, p. 141.

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«Hace cinco años abordé por primera vez esta observación y, de acuerdo con la estructura de las histéricas, indicaba, lo siguiente −la histérica es alguien cuyo objeto es homosexual− la histérica aborda este objeto homosexual por identificación con alguien del otro sexo. Se trataba de un primer planteamiento, en cierto modo clínico.»

J. Lacan, Seminario 4. La relación de objeto, p. 141.

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«Este Edipo invertido nunca está ausente en la función del Edipo, quiero decir que el componente de amor al padre no se puede eludir. Es el que proporciona el final del complejo de Edipo, su declive, en una dialéctica, también muy ambigua, del amor y de la identificación, de la identificación en tanto que tiene su raíz en el amor. Identificación y amor, no es lo mismo −es posible identificarse con alguien sin amarlo y viceversa−, pero ambos términos están, sin embargo, estrechamente vinculados y son absolutamente indisociables.»

J. Lacan, Seminario 5. Las formaciones del inconsciente, p. 175

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«A fin de cuentas, el problema es saber cómo puede ser que la función esencialmente interdictora del padre no conduzca en el niño a lo que es la conclusión muy neta del tercer plano, a saber, la privación correlativa de la identificación ideal, que tiende a producirse tanto para el niño como para la niña. En la medida en que el padre se convierte en el Ideal del yo, se produce en la niña el reconocimiento de que ella no tiene falo. Pero esto es lo bueno para ella −por el contrario, para el niño sería una salida absolutamente desastrosa.»

J. Lacan, Seminario 5. Las formaciones del Inconsciente, p. 178.

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«La cuestión de qué es la identificación debe aclararse a partir de las categorías que desde hace años promuevo aquí ante ustedes, a saber, las de lo simbólico, lo imaginario y lo real (…) Atengámonos a los primeros aspectos, los más evidentes, de la experiencia del duelo. El sujeto se abisma en el vértigo del dolor y se encuentra en cierta relación con el objeto desaparecido que de alguna manera nos es ilustrada por lo que ocurre en la escena del cementerio. Laertes se arroja a la tumba y, fuera de sí, abraza al objeto cuya desaparición es causa de ese dolor. Es obvio que el objeto resulta entonces tener una existencia tanto más absoluta cuanto que ya no corresponde a nada que exista».

J. Lacan, Seminario 6. El deseo y su interpretación, p. 371.

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«Si el sujeto da vuelta en su camino, ¿quién ansía entonces el proceso de esta inversión? Acerca de este punto, encontramos en el análisis una respuesta, más motivada −es la identificación con el otro, se nos dice, la que surge en el extremo de tal de nuestras tentaciones. Extremo no significa para nada que se trate de tentaciones extraordinarias, sino del momento de percatarse de sus consecuencias. ¿Frente a qué retrocedemos? Frente al atentar contra la imagen del otro, porque es la imagen sobre la cual nos hemos formado como yo.»

J. Lacan, Seminario 7. La ética del psicoanálisis, p. 236.

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«Quien emprende el ascenso hacia el amor procede por una vía de identificación y, también, si ustedes quieren, de producción, con la ayuda del prodigio de lo bello. Acaba viendo en ese bello su finalidad última, y lo identifica con la perfección de la obra de amor.»

J. Lacan, Seminario 8. La transferencia, p. 162.

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«(…) en el narcisismo, el ideal del yo desempeña el papel de resorte que introdujo el texto de Freud sobre la Introducción al narcisismo. Es a este papel de resorte a lo que se le da tanta importancia cuando nos dicen que el ideal del yo es también el eje de la clase de identificación cuya incidencia fundamental se encontraría en la producción del fenómeno de la transferencia.»

J. Lacan, Seminario 8. La transferencia, p. 386.

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«De este Otro, en la medida en que el niño frente al espejo se vuelve hacia él, ¿qué puede llegarle? Nosotros decimos que no puede llegarle sino el signo imagen de a, esa imagen especular, deseable y destructiva al mismo tiempo, efectivamente deseada o no. He aquí lo que ocurre con aquel hacia quien el sujeto se vuelve, en el lugar mismo donde en ese momento se identifica, en la medida en que sostiene su identificación con la imagen especular.»

J. Lacan, Seminario 8. La transferencia, p. 393.

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«Aquí podemos medir la distancia que hay entre dos clases de identificaciones imaginarias. Está la identificación con i(a), la imagen especular tal como la encontramos en la escena dentro de la escena, y está la identificación más misteriosa, cuyo enigma empieza a desarrollarse aquí, con el objeto del deseo en cuanto tal, a, designado en cuanto tal en la articulación shakespeariana sin la menor ambigüedad, pues es en tanto objeto del deseo como Hamlet ha sido ignorado hasta un determinado momento, y es reintegrado a la escena por la vía de la identificación.»

J. Lacan, Seminario 10. La angustia, p. 47

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«La función del objeto cesible como pedazo separable vehicula primitivamente algo de la identidad del cuerpo, antecediendo en el cuerpo mismo en lo que respecta a la constitución del sujeto.»

J. Lacan, Seminario 10. La angustia, p. 339

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«En el mundo del Real-Ich, del yo, del conocimiento, todo puede existir como ahora, influyéndonos a todos ustedes y a la conciencia, sin que ello entrañe para nada, dígase lo que se diga, un sujeto. Si el sujeto es lo que afirmo en mi enseñanza, el sujeto determinado por el lenguaje y la palabra, esto quiere decir que el sujeto, in initio, empieza en el lugar del Otro, en tanto es el lugar donde surge el primer significante.»

J. Lacan, Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p. 206.

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«La discontinuidad es, pues, la forma esencial en que se nos aparece en primer lugar el inconsciente como fenómeno –la discontinuidad en la que algo se nos aparece como vacilación. Ahora bien, si esta discontinuidad tiene ese carácter absoluto, inaugural, en el camino que tomó el descubrimiento de Freud, ¿habremos de colocarla –como después tendieron a hacerlo los analistas– sobre el telón de fondo de una totalidad?

¿Es el uno anterior a la discontinuidad? No lo creo, y todo lo que he enseñado estos años tendía a cambiar el rumbo de esta exigencia de un uno cerrado, espejismo al que se aferra la referencia a un psiquismo de envoltura, suerte de doble del organismo donde residiría esa falsa unidad. Me concederán que el uno que la experiencia del inconsciente introduce es el uno de la ranura, del rasgo, de la ruptura.»

J. Lacan, Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p. 33.

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«Tomando el cuadro de Las Meninas de Velázquez, J. Lacan hace referencia a la identificación especular, al modelo óptico, en el siguiente párrafo: ‘¿A qué pertenece este esquema? A la batería de lo que concierne al sujeto aquí, en tanto que está interesado en la formación de este yo ideal encarnado en el jarrón de la identificación especular, donde el yo tomará su asiento, o bien alguna otra cosa.’»

J. Lacan, Seminario 13. El objeto del psicoanálisis (Inédito).

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«Lo inanimado. Punto de fuga, punto ideal, punto fuera de plano, pero cuyo sentido capta el análisis estructural. Queda perfectamente indicado en lo que constituye el goce.»

J. Lacan, Seminario 17. El reverso del psicoanálisis, p. 48.

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«Lo que en un discurso se dirige al Otro como un Tú hace surgir la identificación con algo que puede llamarse el ídolo humano (…) En todo discurso que apela al Tú, algo incita a una identificación camuflada, secreta, que no es más que esa con ese objeto enigmático que puede no ser nada en absoluto, el pequeñito plus-de-gozar de Hitler, que quizás se limitaba a su bigote.»

J. Lacan, Seminario 18. De un discurso que no fuera del semblante, p. 29.

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«La identidad de género no es otra cosa que lo que acabo de expresar con estos términos, el hombre y la mujer (…) en la edad adulta el destino de los seres hablantes es repartirse entre hombres y mujeres. Para comprender el hincapié que se hace en estas cuestiones, en esta instancia debe percibirse que lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente.»

J. Lacan, Seminario 18. De un discurso que no fuera del semblante, p. 31.

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«Para el muchacho, se trata en la adultez de hacerse hombre. Esto es lo que constituye la relación con la otra parte (…) Uno de los correlatos esenciales de este hacerse hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante.»

J. Lacan, Seminario 18. De un discurso que no fuera del semblante, p. 31.

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«En la medida en que hay cortejo, se sitúa algo llamado copulación, que es sin duda sexual en su función pero que tiene su estatuto de elemento particular de identidad.»

J. Lacan, Seminario 18. De un discurso que no fuera del semblante, p. 31.

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«La verdad a la que no hay ninguno de estos jóvenes seres hablantes que no deba hacer frente es que hay quienes no tienen el falo (…) La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer, sino en tener en cuenta que hay mujeres, para el muchacho, que hay hombres, para la muchacha. Y lo que importa (…) es una situación real, permítanme. Para los hombres, la muchacha es el falo y es lo que los castra. Para las mujeres, el muchacho es la misma muchacho ni la muchacha corren riesgo en primer lugar más que por los dramas que desencadenan, son el falo durante un momento.»

J. Lacan, Seminario 18. De un discurso que no fuera del semblante, p. 33.

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«Ese Uno con los que todos se llenan la boca es de la misma índole de ese espejismo del Uno que uno se cree ser. Esto no quiere decir que no tenga más horizonte. Hay tantos Unos como se quiera; que se caracterizan cada uno por no parecerse en nada, véase la primera hipótesis de Parménides.»

J. Lacan, Seminario 20. Aún.

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«Del Uno, en tanto que no está allí, es licito suponer, sino para representar la soledad: el hecho que el Uno no se anuda verdaderamente con nada de lo que al Otro le parece sexual. »

J. Lacan, Seminario 20. Aún.

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«El inconsciente es testimonio de un saber en tanto que en gran parte escapa al ser que habla. Este ser permite dar cuenta de hasta dónde llegan los efectos de lalengua por el hecho de que presenta toda suerte de afectos que permanecen enigmáticos. Estos afectos son el resultado de la presencia de lalengua en tanto que articula cosas de saber que van mucho más allá de lo que el ser que habla soporta de saber enunciado.»

J. Lacan, Seminario 20. Aún.

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«El hombre, una mujer, dije la última vez, no son más que significantes. De allí, del decir en tanto encarnación distinta del sexo, toman su función.»

J. Lacan, Seminario 20. Aún, p. 52.

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«No es otra cosa el sujeto (…) que lo que se desliza en la cadena significante(…) No conocemos otro soporte que introduzca el Uno, sino el significante en cuanto tal, es decir, en cuanto aprendemos a separarlo de sus efectos de significados.»

J. Lacan, Seminario 20. Aún, p. 64.

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«(…) la identificación triple tal como Freud la avanza. Si hay Otro real, no está en otra parte sino en el nudo mismo, y es en eso en donde no hay Otro del Otro. Identifíquense a lo imaginario de este Otro real, y es la identificación de la histérica al deseo del Otro, lo cual sucede en el punto central. Identifíquense a lo real del Otro real, obtendrán lo que he indicado del Nombre-del-Padre, en donde Freud designa lo que la identificación tiene que hacer (faire) con el amor.»

J. Lacan, Seminario 22. RSI.

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«Identificación al grupo [hablando del cartel], Es seguro que los seres humanos se identifica a un grupo. Cuando no lo hacen están jodidos, están para encerrarlos. Pero no digo con eso a qué punto del grupo tienen que identificarse….La partida de todo nudo social se constituye de la no relación (rapport) sexual como agujero, no dos, al menos tres. Pero si no son más que tres, eso hace siempre cuatro (…) y es retirando de ello uno, real, cómo el grupo será desanudado, lo que hace la prueba de que el nudo es borromeo, y que está bien constituido de tres consistencias mínimas.»

J. Lacan, Seminario 22. RSI.

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«Es seguro que los seres humanos se identifican con un grupo. Cuando no lo hacen, están jodidos, están para encerrar. Pero no digo con eso con qué punto del grupo tienen que identificarse».

J. Lacan, Seminario 22. RSI. (15 de abril de 1975)

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«Uno se reconoce solamente en lo que tiene. Uno nunca se reconoce en lo que es, como implica lo que expongo, como implica el hecho, reconocido por Freud, de que hay inconsciente. El primer paso del psicoanálisis supone que uno no se reconoce en lo que es.»

J. Lacan, Seminario 23. El Sinthome.

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«La relación del hombre con su cuerpo, y que depende enteramente de que el hombre dice que él tiene un cuerpo, su cuerpo. Ya decir su es decir que lo posee, como un mueble por supuesto.»

J. Lacan, Seminario 23. El Sinthome.

«Si el nudo como soporte del sujeto se sostiene, no hay ninguna necesidad del Nombre del Padre, este es redundante. Si el nudo no se sostiene, el Nombre del Padre funciona como sinthome».

J. Lacan, Seminario 23. El Sinthome.

ANEXOS: «Nota paso a paso», J.-A. Miller

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«(…) es a su semejante a quien el hombre explota, que es en él en quien se reconoce, que a él está ligado por el lazo psíquico indeleble que perpetúa la miseria vital, verdaderamente específica de sus primeros años. Estas relaciones pueden oponerse a las que constituyen, en sentido estricto, el conocimiento».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Más allá del principio de realidad», p. 81.

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«(…) manifestaremos el uso genial que Freud supo hacer de la noción de imagen; si con el nombre de imago no la liberó plenamente del estado confuso de la intuición común, fue para emplear de manera magistral su alcance concreto, conservándolo todo, en punto a su función informadora en la intuición, la memoria y el desarrollo.

Freud mostró esa función al descubrir en la experiencia el proceso de la identificación. Muy diferente del proceso de la imitación, distinguido por su forma de aproximación parcial y titubeante, la identificación se opone a ésta no sólo como la asimilación global de una estructura, sino también como la asimilación virtual del desarrollo que esa estructura implica en el estado aún indiferenciado».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Más allá del principio de realidad», pp. 81-82.

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«El carácter de un hombre puede desarrollar una identificación parental que ha dejado de ejercerse desde la edad límite de su recuerdo. Lo que se transmite por esta vía psíquica son esos rasgos que dan en el individuo la forma particular de sus relaciones humanas, esto es, su personalidad. Pero lo que la conducta del hombre refleja entonces no son sólo esos rasgos, que a menudo son, no obstante, los más ocultos; es la situación actual en que se hallaba el progenitor, objeto de la identificación, cuando ésta se produjo (…) Por la vía del complejo se instauran en el psiquismo las imágenes que informan a las unidades más vastas del comportamiento, imágenes con las que el sujeto se identifica una y otra vez para representar, actor único, el drama de sus conflictos. Esa comedia, situada por el genio de la especie bajo el signo de la risa y las lágrimas… parece mostrar la fecundidad psíquica de toda insuficiencia vital».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Más allá del principio de realidad», pp. 82-83.

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«Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p.87.

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«El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo (je) se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto.

Esta forma por lo demás debería más bien designarse como yo-ideal si quisiéramos hacerla entrar en un registro conocido, en el sentido de que será también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funciones de normalización libidinal reconocemos bajo ese término. Pero el punto importante es que esta forma sitúa la instancia del yo, aun desde antes de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo solo; o más bien, que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto, cualquiera que sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resolver en cuanto yo (je) su discordancia con respecto a su propia realidad».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p. 87.

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«Que una Gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo (…).Hechos que se inscriben en un orden de identificación homeomórfica que quedaría envuelto en la cuestión del sentido de la belleza como formativa y como erógena. Pero los hechos del mimetismo, concebidos como de identificación heteromórfica.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», pp. 88-89.

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«(…) el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad –y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental. Así la ruptura del círculo del Innenwelt al Umwelt engendra la cuadratura inagotable de las reaseveraciones del yo».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p.90.

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«Este momento en que termina el estadio del espejo inaugura, por la identificación con la imago del semejante y el drama de los celos primordiales (tan acertadamente valorizado por la escuela de Charlotte Bühler en los hechos de transitivismo infantil), la dialéctica que desde entonces liga al yo (je) con situaciones socialmente elaboradas».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p.91.

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«Así esta Gestalt, (…) simboliza la permanencia mental del yo (je) al mismo tiempo que prefigura su destinación alienante; está preñada todavía de las correspondencias que unen el yo (je) a la estatua en que el hombre se proyecta como a los fantasmas que lo dominan, al autómata, en fin, en el cual, en una relación ambigua, tiende a redondearse el mundo de su fabricación».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p.88.

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«Correlativamente, la formación del yo (je) se simboliza oníricamente por un campo fortificado, o hasta un estadio, distribuyendo desde el ruedo interior hasta su recinto, hasta su contorno de cascajos y pantanos, dos campos de lucha opuestos donde el sujeto se empecina en la búsqueda del altivo y lejano castillo interior, cuya forma (a veces yuxtapuesta en el mismo libreto) simboliza el ello de manera sobrecogedora».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p. 90.

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«Éste instaura en las defensas del yo un orden genético que responde a los votos formulados por la señorita Anna Freud en la primera parte de su gran obra, y sitúa (contra un prejuicio frecuentemente expresado) la represión histérica y sus retornos en un estadio más arcaico que la inversión obsesiva y sus procesos aislantes, y éstos a su vez como previos a la alienación paranoica que data del viraje del yo (je) especular al yo (je) social. (…) y hace del yo (je) ese aparato para el cual todo impulso de los instintos será un peligro, aun cuando respondiese a una maduración natural; pues la normalización misma de esa maduración depende desde ese momento en el hombre de un expediente cultural: como se ve en lo que respecta al objeto sexual en el complejo de Edipo. (…) la oposición dinámica que trataron de definir de esa libido a la libido sexual, cuando invocaron instintos de destrucción, y hasta de muerte, para explicar la relación evidente de la libido narcisista con la función alienante del yo (je), con la agresividad que se desprende de ella en toda relación con el otro, aunque fuese la de la ayuda más samaritana».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p. 91.

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«Así se comprende esa inercia propia de las formaciones del yo (je) en las que puede verse la definición más extensiva de la neurosis, del mismo modo que la captación del sujeto por la situación da la fórmula más general de la locura, de la que yace entre los muros de los manicomios como de la que ensordece la tierra con su sonido y su furia».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», p.92.

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«Al superyó se lo debe tener, diremos, por una manifestación individual vinculada a las condiciones sociales del edipismo. Así, las tensiones criminales incluidas en la situación familiar sólo se vuelven patógenas en las sociedades donde esta situación misma se desintegra».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.127.

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«Pero nuestra experiencia de los efectos del superyó, tanto como la observación directa del niño a la luz de ella, nos revela su aparición en un estadio tan precoz, que parece contemporáneo y a veces hasta anterior a la aparición del yo.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p. 128.

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«(…) el psicoanalista puede responder, en la medida en que únicamente él posee una experiencia dialéctica del sujeto. Destaquemos que uno de los primeros elementos cuya autonomía psíquica esa experiencia le ha enseñado a captar, a saber, lo que la teoría ha profundizado de manera progresiva como si representara a la instancia del yo, es también lo que, en el diálogo analítico confiesa el sujeto como por sí solo, o, con mayor exactitud, lo que tanto de sus actos como de sus intenciones tiene su confesión. Ahora bien, Freud ha reconocido la forma de esta confesión, que es la más característica de la función que representa; es la Verneinung la denegación.

Se podría describir, aquí, toda una semiología de las formas culturales por las que se comunica la subjetividad, comenzando por la restricción mental, característica del humanismo cristiano y acerca de la cual tanto se les ha reprochado a los admirables moralistas que eran los jesuitas el haber codificado su uso, continuando por el Ketman, especie de ejercicio de protección contra la verdad y señalado por Gobineau como general en sus tan penetrantes relatos sobre la vida social del Medio Oriente, y pasando al Yang, ceremonial de las negativas presentado por la cortesía china como escalera al reconocimiento del prójimo, para reconocer la forma más característica de expresión del sujeto en la sociedad occidental, en la protesta de inocencia, y plantear que la sinceridad es el primer obstáculo hallado por la dialéctica en la búsqueda de las verdaderas intenciones puesto que el uso primario del habla parece tener por fin, disfrazarlas.

Pero eso sólo es el afloramiento de una estructura que se encuentra a través de todas las etapas de la génesis del yo, y muestra que la dialéctica proporciona la ley inconsciente de las formaciones, aún las más arcaicas, del aparato de adaptación, confirmando así la gnoseología de Hegel, que formula la ley generadora de la realidad en el proceso de tesis, antítesis y síntesis. Tanto más significativo es reconocerla en la sucesión de las crisis −destete, intrusión, Edipo, pubertad, adolescencia− que rehacen cada una nueva síntesis de los aparatos del yo en una forma siempre más alienante para las pulsiones que en ello se frustran, y siempre menos ideal para las que allí encuentran su normalización.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», pp.131-132.

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«Es una forma producida por el fenómeno psíquico, acaso el más fundamental que haya descubierto el psicoanálisis: la identificación, cuyo poder formativo se revela hasta en biología Y cada uno de los períodos llamados de latencia pulsional (cuya serie correspondiente se completa con la descubierta por Franz Wittels para el ego adolescente) se caracteriza por la dominación de una estructura típica de los objetos del deseo».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.132.

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«Uno de nosotros ha descrito en la identificación del sujeto infans con la imagen especular el modelo que considera más significativo, al mismo tiempo que el momento más original, de la relación fundamentalmente alienante en la que el ser del hombre se constituye dialécticamente».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p. 133.

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«Él ha demostrado también que cada una de esas identificaciones desarrolla una agresividad que la frustración pulsional no alcanza a explicar, como no sea en la comprensión del common sense, caro a Alexander, pero que expresa la discordancia, que se produce en la realización alienante.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.133.

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«Esa tensión pone de manifiesto la negatividad dialéctica inscrita en las formas mismas en que se comprometen en el hombre las fuerzas de la vida, y se puede decir que el genio de Freud ha dado su medida al reconocerla como «pulsión del yo» con el nombre de instinto de muerte. (…) En efecto, toda forma del yo encarna esa negatividad, y se puede decir que, si Cloto, Laquesis y Atropos se reparten el cuidado de nuestro destino, de consuno retuercen el hilo de nuestra identidad. (…) De ese modo, como la tensión agresiva integra la pulsión frustrada cada vez que la falta de adecuación del «otro» hace abortar la identificación resolutiva, también determina, con ello, un tipo de objeto que se vuelve criminógeno en la suspensión de la dialéctica del yo».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.133.

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«Las identificaciones anales, que el análisis ha descubierto en los orígenes del yo, otorgan su sentido a lo que la medicina legal designa en la jerga policiaca con el nombre de “tarjeta de visita”. La “firma”, a menudo flagrante, dejada por el criminal puede indicar en qué momento de la identificación del yo se ha producido la represión merced a la cual se puede decir que el sujeto no puede responder de su crimen y también gracias a la cual permanece aferrado a su denegación».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.135.

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«(…) el psicoanálisis aporta el aparato de examen que todavía abarca un campo de vinculación entre la naturaleza y la cultura: en este caso, el de la síntesis personal en su doble relación de identificación formal, que se abre sobre las hiancias de las disociaciones neurológicas (desde los raptos epilépticos hasta las amnesias orgánicas), por una parte, y, por la otra, de asimilación alienante, que se abre sobre las tensiones de las relaciones de grupo.

(…) Ahora bien, la noción fundamental de la agresividad correlativa a toda identificación alienante permite advertir que en los fenómenos de asimilación social debe haber, a partir de cierta escala cuantitativa, un límite en el que las tensiones agresivas uniformadas se deben precipitar en puntos donde la masa se rompe y polariza».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.136.

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«Si muchos individuos buscan y encuentran, en sus delitos, exhibiciones, robos, estafas, difamaciones anónimas y hasta en los crímenes de la pasión asesina, una estimulación sexual, ésta, sea lo que fuere en punto a los mecanismos que la acusan, angustia, sadismo o asociación situacional, no podría ser considerada como un efecto de desbordamiento de los instintos.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.139.

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«Seguramente es visible la correlación de gran número de perversiones en los sujetos que llegan al examen criminológico, pero solo se la puede evaluar psicoanalíticamente en función de la fijación objetal, del estancamiento del desarrollo, de la implicación en la estructura del yo de las representaciones neuróticas que constituyen el caso individual. (…) Un término de constante situacional, fundamental dentro de lo que la teoría designa como automatismos de repetición, parece relacionarse con ellas, habiéndose efectuado la deducción de los efectos de lo reprimido y de las identificaciones del yo, y puede interesar los hechos de recidiva.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», p.140.

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«Por ejemplo, una completa separación entre el grupo vital constituido por el sujeto y los suyos y el grupo funcional, donde se deben hallar los medios de subsistencia del primero, permite una suficiente ilustración al aseverar que torna verosímil a monsieur Vereloux una anarquía tanto mayor de las imágenes del deseo cuanto que éstas parecen gravitar cada vez más en torno de satisfacciones escoptofílicas, homogeneizadas en la masa social; una creciente implicación de las pasiones fundamentales del poder, la posesión y el prestigio en los ideales sociales: otros tantos objetos de estudio para los cuales la teoría analítica pueda ofrecerle al estadístico coordenadas correctas a fin de introducir allí sus medidas.

Así aun el político y el filósofo encontraran su bien, connotando en una sociedad democrática como ésa, cuyas costumbres extienden su dominación en el mundo, la aparición de una criminalidad que prolifera en el cuerpo social hasta el extremo de adquirir formas legalizadas y la inserción del tipo psicológico del criminal entre el del recordman, el del filántropo o el de la vedette, a veces hasta su reducción al tipo general de la servidumbre del trabajo. Y la significación social del crimen reducida a su uso publicitario.

Estructuras tales, en las que una asimilación social del individuo llevada al extremo muestra su correlación con una tensión agresiva, cuya relativa impunidad en el Estado le resulta muy sensible a todo sujeto de una cultura diferente (como lo era, por ejemplo, el joven Sun Yat-sen), aparecen trastocadas cuando, con arreglo a un proceso formal ya descrito por Platón la tiranía sucede a la democracia y opera sobre los individuos, reducidos a su número ordinal, el acto cardinal de la adición, pronto seguida por las otras tres operaciones fundamentales de la aritmética.

Así es como en la sociedad totalitaria, si la “culpabilidad objetiva” de los dirigentes los hace tratar como a criminales y responsables, la borradura relativa de estas nociones, indicada por la concepción sanitaria de la penología, produce sus frutos para todas las demás. El campo de concentración se abre, para la alimentación del cual las calificaciones intencionales de la rebelión son menos decisivas que cierta relación cuantitativa entre la masa social y la masa proscrita.

Sin duda que se lo podrá calcular en los términos de la mecánica desarrollada por la psicología llamada de grupo y permitir determinar la constante irracional que debe responder a la agresividad característica de la alienación fundamental del individuo.

Así, en la injusticia misma de la ciudad – siempre incomprensible para el “intelectual” sumiso a la “ley del corazón”– se revela el progreso en el que el hombre se crea a su propia imagen.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología», pp.137-138.

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«Esa misma función de la identificación simbólica por la cual el primitivo cree reencarnar al antepasado homónimo y que determina incluso en el hombre moderno una recurrencia alternada de los caracteres, introduce pues en los sujetos sometidos a estas discordancias de la relación paterna una disociación del Edipo en la que debe verse el resorte constante de sus efectos patógenos. Incluso en efecto representada por una sola persona, la función paterna concentra en sí relaciones imaginarias y reales, siempre más o menos inadecuadas a la relación simbólica que la constituye esencialmente.

En el nombre del padre es donde tenemos que reconocer el sostén de la función simbólica que, desde el albor de los tiempos históricos, identifica su persona con la figura de la ley. Esta concepción nos permite distinguir claramente en el análisis de un caso los efectos inconscientes de esa función respecto de las relaciones narcisistas, incluso respecto de las reales que el sujeto, sostiene con la imagen y la acción de la persona que la encarna, y de ello resulta un modo de comprensión que va a resonar en la conducción misma de las intervenciones. La práctica nos ha confirmado su fecundidad, tanto a nosotros como a los alumnos a quienes hemos inducido a este método. Y hemos tenido a menudo la oportunidad en los controles o en los casos comunicados de subrayar las confusiones nocivas que engendra su desconocimiento.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p.267.

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«Si, por otra parte, la historia de la técnica historiadora muestra que su progreso se define en el ideal de una identificación de la subjetividad del historiador con la subjetividad constituyente de la historización primaria donde se humaniza el acontecimiento, es claro que el psicoanálisis encuentra aquí su alcance exacto: o sea en el conocimiento, en cuanto que realiza este ideal, y en la eficacia, en cuanto que encuentra en ella su razón.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p. 276.

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«Pero si quedase algo de profético en la exigencia, en la que se mide el genio de Hegel, de la identidad radical de lo particular y lo universal, es sin duda el psicoanálisis el que le aporta su paradigma entregando la estructura donde esta identidad se realiza como desuniente del sujeto, y sin recurrir a mañana.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, p.281.

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«El único objeto que está al alcance del analista, es la relación imaginaria que le liga al sujeto en cuanto yo, y, a falta de poderlo eliminar, puede utilizarlo para regular el caudal de sus orejas, según el uso que la fisiología, de acuerdo con el Evangelio, muestra que es normal hacer de ellas: orejas para no oír, dicho de otra manera para hacer la ubicación de lo que debe ser oído. Pues no tiene otras, ni tercera oreja, ni cuarta, para una transaudición que se desearía directa del inconsciente por el inconsciente. Diremos lo que hay que pensar de esta pretendida comunicación.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, p.243.

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«¿Por qué entonces no buscar la imagen del yo en el camarón bajo el pretexto de que uno y otro recobran después de cada muda su caparazón?» [Ironía]

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, p.252.

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«(…) el narcisismo genital que invoca en el momento de resumir el caso del hombre de los lobos nos muestra bastante el desprecio en que sitúa el orden constituido de los estadios libidinales. Es más, no evoca allí el conflicto, instintual sino para apartarse en seguida de él, y para reconocer en el aislamiento simbólico del “yo no estoy castrado”, en que se afirma el sujeto, la forma compulsiva a la que queda encadenada su elección heterosexual, contra el efecto de captura homosexualizante que ha sufrido el yo devuelto a la matriz imaginaria de la escena primitiva. Tal es en verdad el conflicto subjetivo, donde no se trata sino de las peripecias de la subjetividad, tanto y tan bien que el “yo” (je) gana y pierde contra el “yo” al capricho de la catequización religiosa o de la Aufklärung adoctrinadora, conflicto de cuyos efectos Freud ha hecho percatarse al sujeto por sus oficios antes de explicárnoslo en la dialéctica del complejo de Edipo.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», pp.253-254.

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«Para darle una formulación ejemplar, no podríamos encontrar terreno más pertinente que el uso del discurso corriente, haciendo observar que el “ce suis-je” [esto soy] de tiempos de Villon se ha invertido en el “c’est moi” [soy yo; literalmente, “esto es yo”] del francés moderno. El yo del hombre moderno ha tomado su forma, lo hemos indicado en otro lugar, en el callejón sin salida dialéctico del “alma bella” que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el mundo.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p. 270.

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«Si el sujeto no recobrase en una regresión, a menudo llevada hasta el estadio del espejo, el recinto de un estadio donde su yo contiene sus hazañas imaginarias, apenas habría límites asignables a la credulidad a que debe sucumbir en esta situación. Y es lo que hace temible nuestra responsabilidad cuando le aportamos, con las manipulaciones míticas de nuestra doctrina, una ocasión suplementaria de enajenarse, en la trinidad descompuesta del ego, del superego y del id, por ejemplo.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p.271.

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«La semejanza de esta situación con la enajenación de la locura en la medida en que la forma dada más arriba es auténtica, a saber que el sujeto en ella, más que hablar, es hablado, (…). (…) deteniéndonos en la advertencia de Pascal que resuena, desde el lindero de la era histórica del «yo», en estos términos: «los hombres están tan necesariamente locos, que sería estar loco de otra locura no ser loco».

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, p.272.

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«Señalar el pequeño número de sujetos que soportan esta creación sería ceder a una perspectiva romántica confrontando lo que no tiene equivalente. El hecho es que esta subjetividad, en cualquier dominio donde aparezca, matemática, política, religiosa, incluso publicitaria, sigue animando en su conjunto el movimiento humano. Y un enfoque no menos ilusorio sin duda nos haría acentuar este rasgo opuesto: que su carácter simbólico no ha sido nunca más manifiesto. La ironía de las revoluciones es que engendran un poder tanto más absoluto en su ejercicio, no como suele decirse, por ser más anónimo, sino por estar más reducido a las palabras que lo significan. Y más que nunca, por otra parte, la fuerza de las iglesias reside en el lenguaje que han sabido mantener: instancia, preciso es decirlo, que Freud dejó en la sombra en el artículo donde nos dibuja lo que llamaremos las subjetividades colectivas de la Iglesia y del Ejército.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, p. 272.

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«Me identifico en el lenguaje, pero solo perdiéndome en él como un objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito-definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p. 288.

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«Para saber cómo responder al sujeto en el análisis, el método es reconocer en primer lugar el sitio donde se encuentra su ego, ese ego que Freud mismo definió como ego formado de un núcleo verbal, dicho de otro modo, saber por quién y para quién el sujeto plantea su pregunta Mientras no se sepa, se correrá un riesgo de contrasentido sobre el deseo que ha de reconocerse allí y sobre el objeto a quién se dirige ese deseo.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p. 291.

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«El histérico cautiva ese objeto en una intriga refinada y su ego está en el tercero por cuyo intermedio el sujeto goza de ese objeto en el cual se encarna su pregunta. El obsesivo arrastra en la jaula de su narcisismo los objetos en que su pregunta se repercute en la coartada multiplicada de figuras mortales y, domesticando su alta voltereta, dirige su homenaje ambiguo hacia el palco donde tiene él mismo su lugar, el del amo que no puede verse.

Trahit sua quemque voluptas; uno se identifica al espectáculo, y el otro hace ver.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p. 292.

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«Es siempre pues en la relación del yo del sujeto con el yo (je) de su discurso donde debéis comprender el sentido del discurro para desenajenar al sujeto. Pero no podréis llegar a ello si os atenéis a la idea de que el yo del sujeto es idéntico a la presencia.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», p. 292.

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«Porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser. Lejos pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades del organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia. Lejos de ser “un insulto” para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento. Y al ser del hombre no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Acerca de la causalidad psíquica», p. 166.

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«Las primeras elecciones identificatorias del niño, elecciones “inocentes”, no determina otra cosa, en efecto −dejando aparte las patéticas “fijaciones de la neurosis”−, que esa locura, gracias a la cual el hombre se cree un hombre.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Acerca de la causalidad psíquica», p. 177.

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«Comienza este último, y ya están, pues, vinculados el Yo primordial, como esencialmente alienado, y el sacrificio primitivo como esencialmente suicida:

Es decir, la estructura fundamental de la locura. Así, en la discordancia primordial entre el Yo y el ser parece que es la nota fundamental que debe repercutir en toda una gama armónica a través de las fases de la historia psíquica, cuya función ha de consistir entonces en resolverla desarrollándola. Toda resolución de esa discordancia mediante una coincidencia ilusoria de la realidad con el ideal debe de resonar hasta en las profundidades del nudo imaginario de la agresión suicida narcisista (…) Las primeras elecciones identificatorias del niño, elecciones “inocentes”, no determinan otra cosa, en efecto –dejando aparte las patéticas “fijaciones” de la “neurosis”–, que esa locura, gracias a la cual el hombre se cree hombre.

Fórmula paradójica, que adquiere sin embargo, su valor, si se considera que el hombre es mucho más que su cuerpo, sin poder dejar de saber nada más acerca de su ser.

En ella se hace presente la ilusión fundamental de la que el hombre es siervo, mucho más que todas las “pasiones del cuerpo” en sentido cartesiano; esa pasión de ser un hombre, diré, que es la pasión del alma por excelencia, el narcisismo, que impone su estructura a todos sus deseos, aún a los más elevados.»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «Acerca de la causalidad psíquica», p. 177.

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«Muy al contrario, la entrada en juego como significantes de los fenómenos aquí en litigio hace prevalecer la estructura temporal y no espacial del proceso lógico. Lo que las mociones suspendidas denuncian no es lo que los sujetos ven, es lo que han encontrado positivamente por lo que no ven: a saber el aspecto de los discos negros. Aquello por lo que son significantes está constituido no por su dirección sino por su tiempo de suspensión. Su valor crucial no es el de una elección binaria entre dos combinaciones yuxtapuestas en lo inerte, y descabaladas por la exclusión visual de la tercera, sino la del movimiento de verificación instituido por un proceso lógico en que el sujeto ha transformado las tres combinaciones posibles en tres tiempos de posibilidad»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma», p. 193.

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«El caso Dora parece privilegiado para nuestra demostración en que, tratándose de una histérica, la pantalla del yo es en ella bastante transparente para que en ninguna parte, como dijo Freud, sea más bajo el umbral entre el inconsciente y el consciente, o mejor dicho entre el discurso analítico y la palabra del síntoma»

J. Lacan, Escritos, vol. 1, «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma», p. 215.

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«Este drama no es el accidente que se cree. Es de esencia: pues el deseo viene del Otro, y el goce está del lado de la cosa. Lo que el sujeto recibe por ello de descuartizamiento pluralizante, es a eso es a lo que se aplica la segunda tópica de Freud. Ocasión más para no ver lo que debería saltar allí a los ojos: que las identificaciones se determinan allí por el deseo sin satisfacer la pulsión.»

J. Lacan, Escritos, vol. 2, «Del trieb de Freud y del deseo del psicoanalista.»

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«La identificación es lo que se cristaliza en una identidad. Esta fication está en alemán enunciada de otra manera –identifizierung dice Freud. Si bien noto haber olvidado mi seminario sobre la identificierung, recuerdo muy bien que hay para Freud al menos tres modos de identificación, a saber– una identificación para la cual él reserva, no se sabe bien por qué, la calificación de amor, es la identificación al padre –una identificación hecha de participación, que él evidencia como la identificación histérica–y luego la que él fabrica de un rasgo, que yo en otro tiempo traduje como unario.

El rasgo unario nos interesa porque, como Freud lo subraya, no tiene especialmente que ver con una persona amada. Una persona puede ser indiferente, y sin embargo, uno de sus rasgos será elegido como constituyendo la base de una identificación. Es así como Freud cree poder dar cuenta de la identificación al bigotito del Führer, el que como todos saben jugó un gran papel. Esta cuestión tiene mucho interés porque de ciertas declaraciones resultaría que el fin del análisis seria identificarse al analista. En cuanto a mí, no lo pienso, pero es lo que sostiene Balint, y es muy sorprendente. (…) “¿Con qué nos identificamos al fin del análisis? ¿Nos identificamos con nuestro inconsciente? Eso es lo que yo no creo”. Dice que el inconsciente “sigue siendo el Otro”. Y, agrega: “No creo que pueda darse un sentido al inconsciente”.

El fin de análisis produce una imposibilidad de identificarse con el propio inconsciente. En este sentido, la identificación con el síntoma es el reverso de la identificación histérica. La identificación histérica, es identificarse con el síntoma del otro, por participación. A esa identificación, J. Lacan opone la identificación concebida a partir de los fenómenos del pase y del fin de análisis. (…) ¿Cómo designar de manera homóloga las tres identificaciones distinguidas por Freud, la identificación histérica, la identificación llamada amorosa con el padre, y la identificación que yo denominaría neutra, que no es ni una ni la otra, con un rasgo (…) que llamé cualquiera, con un rasgo que sea solamente lo mismo.»

J. Lacan, El Seminario, libro 24: L’insu que sait de l úne-bévue s’aile àmourre (inédito). Clase del 16 de noviembre de 1976, Ornicar?, 12, pp. 5, 6, 9.

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«¿En qué consiste esa referencia que es el análisis? ¿Eso estaría donde ello no sería, identificarse tomando de ello sus garantías, una especie de distancia, identificarse al síntoma? He avanzado que el síntoma, puede ser −es negociable, es corriente− puede ser el partener sexual. El síntoma tomado en ese sentido es, para emplear el término conocer, es lo que se conoce, incluso lo que se conoce mejor, sin que eso vaya muy lejos. Conocer no tiene estrictamente sino este sentido. Es la única forma de conocer tomada que he avanzado, que sería suficiente que un hombre se acueste con una mujer para que pueda decirse que la conoce y a la inversa (…). Conocer quiere decir saber hacer con un síntoma, saber arreglárselas, saber manipularlo; saber tiene algo que corresponde a lo que el hombre hace con su imagen, es imaginar la manera con la que se arregla con su síntoma.»

J. Lacan, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre.

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«Solo se puede decir la castración cuando hay identidad de estructura, y sin embargo hay cuarenta estructuras diferentes, no automorfas. ¿Es a eso a lo que se llama goce del Otro, a un encuentro de identidad de estructura? Lo que quiero decir es que el goce del Otro no existe, porque no se le puede designar con él. El goce del Otro es diverso, no es automorfo.»

J. Lacan, «Consideraciones sobre la histeria», [publicado en Revista Quarto, nº 90].