“Quiero tener mi propia identidad”. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas palabras entre las actuales modalidades sociales discursivas? Desde diferentes aspectos, la hipermodernidad ofrece multiplicidad de identidades que se agrupan en una serie de categorías y que proveen de etiquetas que alienan posiciones subjetivas. En esta ilusión el individuo se mira en el cristal de una época que le proporciona, cada vez más, el espejismo de creer que puede conocerse a sí mismo y elegir quién puede ser. Tener una identidad le permitiría incluirse de algún modo en el desorientador mundo que nos rodea.

En el trabajo en la clínica asiduamente se presentan pacientes que llegan portando categorías diagnósticas o perteneciendo a grupos que engloban patologías, entre otras credenciales. Todas ellas diferentes maneras en que el cuerpo queda acuñado bajo la forma del discurso del Amo contemporáneo. Frente a esto en psicoanálisis se trata de poner entre paréntesis esos falsos nombres para circunscribir el enigma que entrelaza el malestar que lo llevó a consultar. Es allí en lo extraño del síntoma, más allá del sentido, donde se podrá aislar la verdad del ser. “Pero el ser es el goce del cuerpo como tal (…)” sitúa Lacan en Aún (Seminario XX Aún, 2011, p. 14). Me aproximo a este texto con un interés anterior sobre la identificación de la cotorra con Picasso vestido, allí habla de la imposibilidad del Otro para dar cuenta de la identidad sexuada del sujeto y también de la identificación, del encuentro con el goce del cuerpo y de la pregunta sobre lo que configura al Uno cuando la exigencia sale del Otro.

Este es uno de los escollos que plantean estos tiempos, cómo pensar la identificación sin el Otro, tal como E. Berenguer lo destaca en la Conferencia Identifícate. Entonces, si las comunidades de goce agrupan identidades bajo el deseo de ser nombrados, cómo intervenir frente a aquello que toca algo tan inherente al sujeto. Se tratará, por lo tanto, de acoger lo que sigue haciendo pregunta para hacer posible la práctica desde un deseo de saber, en sentido contrario a la ilusión de unidad, como el inicio de un trazado que permita la interrogación. En la articulación entre el sentido y el goce, los encuentros de cada sujeto con lalengua dejan marcas que tratan de atrapar lo innombrable del ser. Sobre los nombres que se obtienen en el encuentro contingente con el goce escribe Eric Laurent. (La imposible nominación, sus semblantes y sus síntomas. Revista Mediodicho Nº 37, 2011). Y acerca de encontrar y distinguir esos nombres del parlêtre de aquellos que le vienen del Otro. No se trata del “yo soy…” sino del anudamiento que permita darse un nombre. Pensar la subjetividad de la época nos acercará a dilucidar en el caso por caso, el valor de esas identidades prestadas que vienen al lugar del vacío de las identificaciones y continuar en dirección a aislar la marca de la singularidad.

Carolina Martini.