El selfie imposible: antecedentes.

Cuenta Wikipedia que Robert Cornelius realizó en 1839 el primer autorretrato de la historia, además del primer retrato fotográfico. Cornelius intentó perfeccionar el daguerrotipo ayudado por su propio conocimiento en química y metalurgia y, usando una cámara construida por él, hizo un retrato de sí mismo.

Al mirar el retrato velado de ese hombre joven me viene a la memoria el libro “La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía” que en 1980, un poco antes de morir, publicó Roland Barthes. Pienso que Cornelius, en el momento de preparar ese primer autorretrato, quizá ya intuía el alcance de su acto.

Del recuerdo de ese precioso libro selecciono tres pensamientos que pongo en relación con la foto-retrato de Cornelius.

La primera es el carácter contingente de la fotografía. Barthes plantea que “lo que la fotografía reproduce únicamente ha tenido lugar una sola vez”. El acto de posar delante de la cámara siempre es único. La fotografía, propone Barthes, “es el Particular absoluto, la Contingencia soberana la Ocasión, el encuentro con lo Real en su expresión infatigable”.

El engaño con apariencia de verdad es la segunda idea que quiero destacar. Según Barthes, ”Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte. Dicho de otro modo, una acción curiosa: no dejo de imitarme, y es por ello por lo que cada vez que me hago (que me dejo fotografiar), me roza indefectiblemente una sensación de inautenticidad, de impostura a veces”. Ante esta reflexión me pregunto qué pudo sentir Cornelius al ver nacer su imagen por primera vez.

La tercera idea que extraigo de “La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía” a decir de Barthes es que “la Fotografía, representa ese momento sutil en que, a decir verdad, no soy ni sujeto ni objeto, sino más bien un sujeto que se siente devenir objeto: vivo entonces una microexperiencia de la muerte: me convierto verdaderamente en espectro. El fotógrafo lo sabe perfectamente, y él mismo tiene miedo (aunque solo sea por razones comerciales) de esta muerte en la cual su gesto va a embalsamarme”.

Cornelius nos mira. Su imagen borrosa con aire de poeta romántico, ya casi convertida en sombra, en fantasma, evidencia su ausencia.

Enviado por Inmaculada Esther Erraiz Martínez.