Freud ya auguraba avances que reconfigurarían la vida de los sujetos en particular y provocarían impactos sociales: “Épocas futuras traerán consigo nuevos progresos, acaso de magnitud inimaginable en este ámbito de la cultura y no harán sino aumentar la semejanza con un dios” [1]

El transhumanismo, es una amalgama de tesis filosóficas, científicas, tecnológicas y político-sociales. Su propuesta es la mejora tecnológica de los seres humanos como individuos y como sociedad por medio de su manipulación como especie biológica bajo el entendido de que esta mejora será intrínsecamente buena, conveniente e irrenunciable. No se trata solamente de reparar sino de perfeccionar lo humano como forma de terapia de exigencia irreprochable.

Aunque muchos tanshumanistas no ven deseable llevar estas mejoras hasta un punto en que el individuo mejorado ya no perteneciera a la especie humana, los “poshumanistas” pretenden cambiar la configuración de lo humano con el objetivo final de la creación de una o varias especies nuevas y ser ciborg, simbionte, sintético, replicante o conciencia sin cuerpo con posibilidad de realizar múltiples copias de sí mismo.

Aliado con el neoliberalismo, se ofrece como campo propicio para suturar el vacío del ser, ofreciendo al sujeto narcisista, cristalizado en una identidad y abandonado a su propio goce, la promesa de un “para todos igual”, “un mundo feliz”, sin muerte y sin síntomas.

Si la naturaleza convertida en real puede ser manipulada sin freno, se debe hacer (y aprovecharse de las ganancias). Consideración que abre el debate ético, ya que supone el borramiento del sujeto, con la promesa de que puede identificar lo singular de su goce mediante la ilusión de decirse quién es.

Para el psicoanálisis: “el cuerpo siempre se escapa a las identificaciones listas para su uso” [2] No hay síntoma sin cuerpo “gozable”. Es la experiencia de goce la nos que advierte que hay ahí un sujeto con sus malestares y sus síntomas. Su persistencia estará presente, cuando los cambios en el cuerpo sean tan radicales que la adquisición de nuevas capacidades exija, por ejemplo, cambios genéticos que impliquen la infertilidad, el imperativo a decidir qué mejoras para la descendencia, o en qué soporte morfológico debe existir, o cuando impliquen tal ruptura de la identidad que suponga la muerte del sujeto, o cuando los individuos sean seres tan superperfeccionados que lleguen a una autosuficiencia casi completa. “En este sentido, los psicoanalistas tienen que despertar la comunidad a los problemas éticos, que, en un nivel global, se van a plantear. (…) tendremos también que enfrentar un desafío que a va a ser fundamental para la próxima época, el de los peligros del eugenismo” [3]

El sujeto seguirá manifestando lo singular de su sufrimiento a través de un sentido particular, sentido que solo puede interpretarse en el campo del lenguaje, única estructura que permite subjetivar y simbolizar esa experiencia.

El analista seguirá operando en la hiancia que el transhumanismo no podrá cubrir, en las nuevas formas de satisfacción que introducirán nuevas funciones del discurso y referentes identificatorios inéditos.

Maite Martínez, socia de la sede de Bilbao de la ELP.

 

  1. S. Freud: El malestar en la cultura, 1930, Amorrotu, p.91.
  2. E. Berenger. Conferencia inaugural XVI Jornadas: Identificate! Abril 2017.
  3. E. Laurent: Psicoanálisis y salud mental, 2014, p.57.