En su conferencia inaugural hacia las XVI Jornadas de la ELP, Enric Berenguer plantea la incidencia que la diversidad de categorías diagnósticas tiene en la actualidad, en forma de categorías de identidad que funcionan como falsos nombres, creando la ilusión de que alguien puede decidir quién es. Por esta razón, sostiene, se demandan y reciben sin oposición, con el riesgo de generar un delirio identitario que produzca que los sujetos acaben comportándose a partir de lo que esa categoría tiene de predictivo.

Me han interesado estas puntuaciones sobre las etiquetas diagnósticas para interrogarlas en la infancia y la adolescencia, a partir de mi recorrido por instituciones que combinan lo terapéutico y lo educativo en la atención a esta población. Trabajo desde hace varios años con sujetos diagnosticados de diversos trastornos o patologías -mayormente Trastorno de Conducta, Trastorno Negativista Desafiante, TDAH o TEA-, y no he constatado en casi ningún caso que, para los padres de esos niños o adolescentes, esas identificaciones impuestas hayan sido vividas como tales, ni se las haya rechazado. Creo que, efectivamente, para los padres estos falsos nombres nombran auténticamente lo que les pasa a sus hijos, les ofrecen una respuesta que los tranquiliza durante un primer momento, les permiten darse y dar una explicación a otros, incluso resignarse… «Mi hijo tiene un Trastorno de Conducta, qué le vamos a hacer, es así», me planteaba la madre de un niño al que atiendo en una escuela de educación especial.

Este empuje a la aceptación de los ítems que cumple un trastorno, ofrecido en nombre de la psiquiatría estadística bajo una apariencia científica, parece pues tener una función de marco para los padres. Sin embargo, lo interesante es que, en ocho años, no he conocido a ningún niño que, ante mi pregunta de qué le pasaba, respondiera con firmeza un «soy», acompañado de una de esas categorías. He escuchado un sinfín de «estoy aquí porque me pongo nervioso», «me porto mal», «pego»… las verdades que transmite el síntoma, el real que afecta a sus cuerpos. Incluso ante algún «tengo un tdah» -un tener, no un ser-, a mi pedido de aclaración ha seguido una explicación sobre los nervios.

Se abre aquí un campo de conversación necesario con los padres para que puedan apostar por las posibilidades que tienen sus hijos, y con los educadores para que algo de la fijeza que nombra la categoría pueda moverse, permitiendo otra mirada sobre aquel y aquellos con los que trabajan. En el campo educativo, la equiparación de lo que pueden hacer o no, lograr o no, los chicos identificados -por la institución- a una u otra patología, ofrece un marco restrictivo para trabajar que disminuye las posibilidades de un encuentro, la producción de un sujeto. Cuando se consiente a “estos chicos hacen esto”, o “estos niños no pueden”, no hay lugar para el uno por uno, para que puedan hacer o lograr otra cosa, forzándose así el delirio identitario del que nos advierte Berenguer.

Soledad Bertrán.

 

  1. E. Berenguer: «¡Identifícate!», Radio Lacan.