Si no fuese suficiente con la política para mantenernos en un estado que fluctúa entre el desconcierto, la ira y la desazón, resulta ya francamente deplorable el grado de estupidez que lo “políticamente correcto” puede alcanzar. Asombra comprobar la disparatada discordancia que existe entre la disolución de prácticamente todos los valores, licuados en la deshumanizada amoralidad del mercado, y la “corrección política” con la que se pretende compensar la creciente desorientación del individuo posmoderno.

La sucesión de despropósitos, originados a partir de unas declaraciones hechas en noviembre del año pasado por Domenico Dolce (uno de los fundadores de Dolce y Gabana) sobre su visión de la familia, pone de manifiesto uno de los síntomas más interesantes de nuestra época: la hipocresía al servicio de una épica de la “libertad”. Domenico Dolce, preguntado por la revista Panorama si le habría gustado ser padre, responde taxativamente que su condición de gay se lo impide. Está convencido (lo cual dista mucho de que pretenda convencer a nadie) de que la familia es una institución que no debe modificarse, y que un niño solo puede ser el fruto de un padre y una madre. Debo reconocer, más allá de mi opinión personal al respecto, que hay dos cosas que me han gustado de sus palabras. La primera, es que afirme que la familia “no es una moda pasajera”. Esto, en boca de uno de los iconos de la moda, no deja de resultar interesante. La segunda, que posee un calado mucho mayor (incluso aunque tal vez el propio Dolce ignore lo que en verdad está diciendo) es haber afirmado “Creo que no se puede tener todo en la vida”, en referencia a lo que califica como “los hijos de la química”, los “niños sintéticos”, los que provienen de “úteros de alquiler, casi elegidos por catálogo”. Antes de que mi comentario encienda aun más la mecha de una polémica muy mal llevada por todos sus interlocutores, debo aclarar que la primera observación ayuda a pensar que las transformaciones de la estructura familiar no pueden ser abordadas con la ligereza de una moda, y que “no se puede tener todo” es en este contexto algo mucho más serio que el acostumbrado tópico. Si algo cabe rescatar de estas declaraciones (que como veremos no tardaron en desencadenar una oleada de absurda indignación en algunos, y un arrimar el ascua a su sardina en otros) es ese “no se puede tener todo”, una sentencia que, más allá de lo que Dolce piense sobre la paternidad contemporánea, estalla como una provocación insoportable en un mundo embriagado de la fe en lo contrario, en que no solo se puede tener todo, sino que se lo debe buscar como sea, puesto que en eso consiste -supuestamente- la libertad: en que nada se interponga entre el sujeto y la realización de sus deseos.

Algunos famosos, como Elton John y Madonna, parecieron sentirse directamente aludidos por las palabras del modisto, y no solo clamaron al cielo en defensa de sus cachorros, sino que incitaron a una suerte de yihad amenazando con lanzar al fuego las prendas de D&G de sus guardarropas, y promover una campaña para boicotear la compra de los productos de esa marca. En distintas ciudades, grupos de gays, lesbianas y colectivos varios organizaron manifestaciones para repudiar las opiniones de Dolce. Atenazado por terribles escrúpulos morales, Giuliano Federico, director de la revista de lujo de la firma italiana, decide renunciar a su puesto por considerar que las declaraciones de Domenico Dolce son “totalmente incompatibles con mi conciencia como ser humano” (sic). Por su parte, los grupos de la ultraderecha católica aplaudieron al diseñador, al que pretenden convertir ahora en abanderado de la defensa de la familia tradicional. Es una lástima que, en plena batahola, y posiblemente atemorizado ante el movimiento sísmico que no imaginaba provocar, Dolce cometa la -esta vez imperdonable- imbecilidad de diseñar un cartel en el que puede leerse “Contro la falsa informazione: Je suis D&G”.

Mientras esta secuencia de idioteces tenía lugar en el seguro territorio virtual de las redes sociales, ciento cuarenta personas en Yemen volaban por los aires del espacio real. La noticia pasó casi desapercibida en Twitter y Facebook, y ninguna “celebrity” se ocupó del asunto. Ciento cuarenta yemenitas y más del doble de mutilados no son materia interesante ni para Elton John ni para Madonna, ni mucho menos para los líderes mundiales.

Gustavo Dessal.