Por Anna Aromí, Barcelona, 19 julio 2017.
Atravesamiento
El muro, el amuro, del lenguaje no se atraviesa nunca. Al pie de ese muro está cada uno con su balbuceo. Con suerte, un encuentro lo sorprenderá aprovechándose de su sombra.
El fantasma no se deja atrás. No hay detrás del fantasma. Hay ventana a lo real. Pero el real no es un paisaje, es la perspectiva imposible y singular alcanzada en un análisis.
El deseo es travesía. Consentir al vértigo de deslizarse entre significantes escarpados, con o sin la canoa del Otro, como entre los rápidos de un río.
Ir a la raíz de la pulsión. Ese viaje no se sueña sino en pesadillas. Haylas, pero aún hay que hacerse interpretar por ellas.
Atravesar no es dejar de dar vueltas. Es asomarse al borde, reconocer que no hay otra cosa, hacer algo con todo ello.
Restos
Un psicoanálisis hace al síntoma practicable. Invierte la flecha, doblegándola. En lugar de padecerlo, distinguido el núcleo de su pathos, acostumbrarse a su uso. ¿El de uno, el de él? A veces se resuelve en el pase.
Sinthome es gancho. Se aprende a usarlo. Cuando este uso se ofrece a otros, ¡ping!, puede causar un deseo de análisis. Quizá sea de analista, hará falta el tiempo.
Con los restos del síntoma cada cual se anuda a una Escuela. Ladrillos de una estancia para alojar trabajos y encuentros. Es lo que vela el horror, el de uno y el de ella.
Fin de análisis. Proseguirlo, no con el analista, con la Escuela. ¿Reinvención de un Otro, transferencia de transferencia, otra localización? En todo caso, otros restos. El síntoma no es todo.
Al final, hay restos transferenciales que no se modifican. Se reorientan en el duro banco de la Escuela como instrumento para el psicoanálisis. Instrumento y obstáculo, eterna condena de la transferencia que no ahorra la elección forzada.
Escabel
Otra cosa es la causa analítica. A esa no hay por donde agarrarla.
Del síntoma al analista, pasando por el inconsciente. Del analista al psicoanálisis, pasando por la Escuela. ¿Podría haber psicoanálisis sin causa analítica? No.
La causa es lo contrario del padre. No se puede pasar de ella ni hacerla servir. Si acaso servirla, dejarse usar… Al filo de la confianza.
La confianza, ¡ouf!, es subir a un escabel de tres patas. Tiene un precio, no es la comodidad, cambia radicalmente la perspectiva.
¿Quién sube?
La movida Zadig, hecha para no cambiar nada, su solo movimiento lo cambia todo. Lo que cuenta no es el nuevo escalón, es la empresa eterna de despertar el deseo de emulación. A este vértigo inédito se le llama «transmisión».
Zadig, como Scilicet, dice: tú puedes saber, tú puedes entrar, tú puedes moverte.
De la A a la Z. Para la causa analítica, Zadig es más un escabel que un escalón.