Por Patricia Tassara.
Lo imaginario, pertenece al campo de las identificaciones. Es el registro a partir del cual Lacan desarrolla el estadio del espejo donde se constituye el yo. Es el lugar en el que se configura la imagen del cuerpo y del semejante. Es justamente allí, donde se presentan todos los trastornos del sujeto con su imagen. Una imagen que siempre conlleva un punto negro, una mancha contra la que el sujeto no cesa de luchar, en el vano intento de erradicarla. Entonces, lo imaginario es también el lugar de la angustia, por ejemplo, cuando esa imagen del espejo le retorna como unheimlich, mueca de lo real. Son momentos en los que la imagen, no llega a velar el objeto a en juego, i(a). Si Lacan ubicó la importancia del recubrimiento del objeto por la imagen, esto no es sin el recurso al significante del Otro, I (A). Es decir que esa imagen que viste el objeto, está subordinada a un significante que proviene del Otro.
Si la identidad es aquello con lo que un sujeto se identifica y se presenta ante el psicoanalista con un “yo soy…”, trayendo consigo los significantes amo provenientes de su Otro, el psicoanálisis apuntará a perturbarlos, hacerlos caer para que emerja la particularidad de goce que subyace. El deseo del analista, siempre impuro, supone la caída de esas identificaciones y junto con ellas, el uso que el sujeto ha dado a esos significantes, uso de defensa contra el vacío, agujero en el lenguaje. Un psicoanálisis, desata los lazos significantes de esos S1, haciendo imposible su retorno a las cadenas significantes que los sostenían. Si bien, como indica Eric Laurent “siempre quedarán significantes que no estén lo bastante solos” al menos sí se asilan los fundamentales, “No esperamos que todos los significantes amo cobren una dimensión real- nos dice Laurent- basta con que algunos lo sean de manera suficiente” (1). Indica que lo importante es el pasaje de las identificaciones a las relaciones del sujeto con los objetos de goce, donde se obtendrá el fantasma y su posibilidad de atravesarlo.
Hacer desde las identificaciones simbólicas e imaginarias es diferente a saber-hacer con el sinthome del parlêtre como Uno solo sin el Otro. Esto último, permite un nuevo anudamiento y un cambio en la modalidad de goce que toca el cuerpo.
El psicoanalista lacaniano, es aquél que ha dejado de temer y defenderse de lo real, con las identificaciones simbólicas e imaginarias. Aquél que ha podido dejar de creer en el yo y sus espejismos imaginarios, única manera de poder acceder al nudo de goce del síntoma. Se trata, de ir más allá de los usos imaginarios de cada uno hasta llegar a la singularidad más radical.
Al nacer, el significante “negra fea” proveniente del Otro, la marcó. Hasta la pubertad, esto se había taponado a partir de la identificación a otra imagen, la de una madre “joven y bella” a la que identificarse idealmente y así completarse. Pero fue con la castración materna bajo la forma del parto de su primer hermano, que esa madre “bella y joven” se transformó en una madre “fea”. Años después, fue en su propio embarazo, cuando las identificaciones que sostenían la creencia de saberlo todo sobre la maternidad por haber ayudado en la crianza de hermanos menores, que la angustia hace su aparición bajo la forma de lo unheimlich, del otro lado de su imagen en el espejo. Cuando ella se miraba al espejo, veía la imagen de la “madre fea”. Ningún semblante lograba acomodarse al cuerpo y ella se veía siempre “fea”, “no femenina”, “no seductora”. Ninguna ropa servía de velo a lo invisible de lo femenino.
- Laurent, E.; “El pase y los restos de identificación”, en Letras, Revista de psicoanálisis de la Comunidad de Madrid de la ELP. Número 6.