Por Esperanza Molleda.
Podemos encontrar los orígenes de la cuestión del género en los albores de la Ilustración. En 1791, inspirada por el espíritu de la Revolución Francesa, Olympia de Gouges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en la que, calcando la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, ponía en evidencia la forclusión de lo femenino que se daba de hecho en la supuesta universalidad de los ideales revolucionarios.
Todo un debate sobre la igualdad entre los sexos ya se había abierto un siglo antes, también en Francia, cuando las llamadas Preciosas habían señalado con su dedo las limitaciones sociales y morales con las que se encontraba su sexo, a pesar de las aspiraciones racionalistas de la época. En 1673, Pollain de la Barre, pastor calvinista, filósofo seguidor de Descartes y cercano a los salones de las Preciosas publicaba anónimamente De l’égalité des deux sexes, discours physique et moral où l’on voit l’importance de se défaire des préjugez donde argumentaba que el trato desigual que sufren las mujeres no tiene un fundamento natural, sino que procede de un prejuicio cultural y social.
Este discernimiento entre lo que corresponde a la “naturalidad» de la diferencia entre los sexos y a lo «construido socialmente” será fundamental para la creación del concepto de “género”, frente al concepto de “sexo”, tres siglos después. Esta disyunción iniciará un tratamiento de la cuestión de la diferencia sexual, que bien podríamos llamar ya tradicional en la cultura occidental. Cada vez se irá profundizando más la separación entre estas dos parcelas: por un lado, están los cuerpos sexuados orgánicamente, el “sexo”; por otro lado, está el “género” en cuanto a posibilidades culturales y sociales que se ofrecen a los cuerpos sexuados. Frente a la supuesta fijeza del “sexo” biológico se opondrán las identificaciones movibles del “género” sobre las que se podrá intervenir por medios simbólicos, imaginarios y políticos con vistas a solucionar la controvertida cuestión de la diferencia sexual en dos ámbitos: el de la “correcta” adecuación entre “cuerpo” y “género” y el de la lucha por una justicia social ecuánime para las dos polaridades sexuales asumidas.
Hasta finales del siglo pasado, no había mucha duda acerca de que la división, tanto en cuestiones de “sexo” como en cuestiones de “género”, era binaria, hombre-mujer, masculino- femenino. Y los casos que se salían del binarismo se trataban como excepciones. Sin embargo, a partir de la década de 1980, la cuestión del género va a verse afectadas por una fragmentación, una multiplicación y una diversificación exponenciales, hasta el punto de que, como a menudo se nos recuerda, por ejemplo, Facebook ofrece más de 50 posibilidades para identificar el género.
A finales del siglo XX, la cuestión de la diferencia sexual se ve amplificada al ser adoptado el término queer, que hasta entonces era utilizado como insulto (“raro”), para señala todas las excepciones que no se subsumían en el binarismo de sexo-género. Por otra parte, se amplificaron también las posibilidades de intervención sobre los semblantes sexuales que eran aceptados y, además, la evolución de las técnicas cosmético-quirúrgicas introdujo la posibilidad de modificación del cuerpo sexuado que hasta entonces se consideraba inamovible. Autoras como Eve Kosofsky Sedgwick, Judith Butler, Teresa de Laurentis o Paul B. Preciado de forma teórica y militante a partir del movimiento queer reivindicarán una ruptura con el binarismo sexual, incluso con cualquier aspiración de fijeza identitaria en las cuestiones alrededor de la diferencia sexual.
Lo problemático surge cuando, si ya ni el cuerpo biológico ni los semblantes tradicionales de género sirven para definir de antemano la identidad sexual, entonces ¿en qué apoyarse? ¿es necesario seguir teniendo una identidad sexual? La respuesta que encontramos está en el “eso se siente” (1). Lo que “se siente” se convertirá hoy en día en la brújula para orientarse en el controvertido terreno de la sexuación.
Pero ¿qué nos ofrece el psicoanálisis lacaniano para orientarnos en las “cuestiones de género”? Más que por la variabilidad de los semblantes, Freud y Lacan estarán interesados en discernir los invariantes en relación con la diferencia sexual. Esos puntos de fijeza que pueden dar cuenta de ese “eso se siente” respecto al propio cuerpo sexuado y respecto al margen que el propio programa de goce nos da a la hora de sostener un semblante, de adoptar cierta “estilo identitario” y de elegir nuestros objetos de deseo y de goce en relación con la diferencia sexual.
El psicoanálisis ha situado la cuestión de la diferencia sexual en torno a tres puntos respecto a los que el ser hablante tienen que situarse y que marcan ciertos límites respecto a las posibilidades con las que uno puede hacerse con la cuestión de la diferencia sexual. Todas ellas tienen que ver con el modo en que “se tiene un cuerpo” marcado por lo sexual:
En primer lugar, en el orden imaginario, la sexuación pasa por la posición respecto a la pregnancia del falo imaginario. Es la cuestión que Freud plantea sobre todo a partir de Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica y que Lacan profundiza en La significación del falo. Algo capta la atención en la imagen del cuerpo. Algo que “se tiene”, del orden del “pene erecto” podríamos decir, o algo que “se es”, del orden del “cuerpo falicizado”. En términos generales, la posición masculina se ha asociado con el “yo lo tengo”, pero no lo soy. Mientras que la posición femenina se ha asociado con la posición de “yo lo soy”, pero no lo tengo. Lo que conlleva sus correlatos de angustia a perderlo, de envidia fálica y de distinta flexibilidad a la hora de colocarse en el juego de la seducción en el lugar del $ o de objeto a en la estructura fantasmática en la que se envuelven las relaciones entre los sexos ($<>a). Sin duda, algo de la diferencia sexual puede leerse en estos términos, pero Lacan pondrá cada vez más en cuestión esta interpretación hasta el punto de decir en el Seminario 17 que se trata una forma de “sexualización de la diferencia orgánica” (2).
Siguiendo un orden cronológico, en segundo lugar, tanto Freud como Lacan plantearán que hay una experiencia del goce sexual que es distinta para el hombre y para la mujer. En Freud, está la unicidad del goce sexual masculino, frente la duplicidad del goce sexual femenino. Y en Lacan, en el seminario 10, encontramos una interesante lectura de cómo la preeminencia del circuito masculino de deseo y goce sexual (3): encuentro con el objeto a- tumescencia- orgasmo- detumescencia marca una experiencia del goce sexual completamente distinta a la femenina que estaría orientada por el interés en encontrar un acomodo en el deseo del Otro y el correlato de goce erótico que acompaña al encuentro contingente de este acomodo y su pérdida (4).
Por último, profundizando a partir de esta idea, Lacan planteará a partir del seminario 18 y hasta culminar en el seminario 20 con las fórmulas de la sexuación, que estos dos modos de goce se corresponden con dos posiciones en relación con el orden simbólico: la posición masculina que estaría caracterizada por la lógica fálica del todo y la excepción, mientras la posición femenina estaría caracterizada por la lógica del no-todo bajo la ley del falo.
Lo cierto es que plantear la dicotomía de estas distintas posiciones respecto al valor fálico imaginario, respecto a la experiencia del goce sexual, o respecto al ordenamiento fálico del lenguaje no tendría por qué ser necesariamente calificado de “femenino o masculino”. Con la perspectiva actual, creemos que no es muy aventurado afirmar que, si bien, cada cual tendrá fijaciones singulares respecto a cada una de estas modalidades, que existan al menos dos en los distintos ámbitos expuestos no implica que necesariamente por tener un cuerpo orgánicamente masculino o femenino, uno se vea adscrito biunívocamente cada una de ellas. La variabilidad de modos de goce sexual, de identidad sexual y de género en la actualidad creo que nos dan la razón.
En este sentido, cobra toda su importancia la afirmación de Lacan en el seminario 19 acerca de que la existencia de dos sexos, de dos valores sexuales, es ante todo un hecho de lenguaje. (5) Planteamiento absolutamente coherente con la pregunta que se había hecho anteriormente en el seminario 16, y que da cuenta del espíritu de nuestro tiempo: “¿Por qué no habría tres o más?” (6).
Hemos llegado pues a un momento en el que la forma de nombrar las cuestiones que rodean al cuerpo sexuado y a sus semblantes pueden cambiar fácilmente, pero lo que se constata desde el psicoanálisis es que lo que no cambia tan fácilmente son los matices y la singularidad con los que cada uno de nosotros se enfrenta a estos tres aspectos fundamentales en tanto que somos cuerpos hablantes y sexuados.
- LAURENT, É., El reverso de la biopolítica: una escritura para el goce, Buenos Aires, Grama, 2016.
- LACAN, J., Seminario 17: El reverso del psicoanálisis (1969-70), Buenos Aires, Paidós, 2008, pág. 83.
- LACAN, J., Seminario 10: La angustia (1962-3), Buenos Aires, Paidós, 2008, pág.195-196.
- Ibid., pág. 207-8.
- LACAN, J., Seminario 19: …o peor (1971-2), Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 38.
- LACAN, J., Seminario 16: De Otro al otro (1968-9), Buenos Aires, Paidós, 2008, pág. 203.