Por Hebe Tizio.
La infancia como categoría debe mucho al psicoanálisis y se halla atravesada también por otros discursos. Hay estudiosos que han trabajado muy bien estas cuestiones. Veamos, entonces, desde la experiencia analítica que se puede decir. Para ello hay que ver qué es lo que permanece, lo estructural y lo coyuntural, cambiante, lo que hace una primera diferencia entre el sujeto y la categoría.
El psicoanálisis da cuenta de los modos del tratamiento del goce que se deben inventar porque no vienen dados. Freud señaló que la infancia da una primera versión fantasmática que queda a la espera del segundo momento puberal donde se abrochará la sintomatización del goce. Ese tiempo de latencia aguarda lo que del organismo vendrá para dar nuevas posibilidades, para reanimar esas marcas.
Infancia, latencia, pubertad tienden a ser colonizados por el discurso dominante. Pero lo singular de cada sujeto no puede reducirse a la categoría sino que hay que ver de qué se sirve para sus invenciones.
Por una parte, el fin de la infancia da cuenta de que el sujeto ha hallado un tratamiento sintomático del goce singular. Hay, entonces, una salida de la infancia dada por la pubertad donde entra el cuerpo del Otro entre los objetos del deseo como lo ha formulado Miller.
Por otra, no podemos olvidar que vivimos un momento histórico caracterizado por la desregulación en la medida que los puntos fijos que intentaban civilizar lo pulsional han cambiado. Las pautas de la tradición, las normas patriarcales, han perdido su función y la voracidad del mercado trastorna lo pulsional dificultando la fijación. Sin duda que no se trata de planteos nostálgicos sino de ver qué instrumentos se ofrecen hoy a la sintomatización del goce especialmente a las nuevas generaciones.
Miller señaló que “un niño es el nombre que le damos a un sujeto consagrado a la enseñanza”. Pero ¿quién enseña hoy? Ya no es el maestro ni los padres como figuras de autoridad pero tampoco el saber conserva el valor de otros tiempos. Los padres encuentran difícil sostener su autoridad reguladora y se degradan a iguales, supuestamente serían los amigos del hijo. Los maestros quedan en posición de demanda frente al niño. Pero estos enunciados generales no deben obturar la lógica del no todo que los reduce a tendencias.
Quien tiene la dominancia es el mercado funcionando imperativamente con la oferta ilimitada de objetos que exacerban el autoerotismo restando valor, frecuentemente, al cuerpo del Otro.
Para el psicoanálisis es interesante ver lo que viene al lugar de la modalidad de fijación que funcionaba en relación al nombre del padre. Hoy asistimos a un juego de leyes y normativas que intentan la fijación temprana de una supuesta identidad. De allí la importancia dada a lo que suele llamarse prevención que en muchos casos funciona como la profecía que se realiza. Cabe recordar que los diagnósticos DSM en la infancia pretenden anticipar, como antecedente, la conducta del adulto.
En síntesis, hay un fin de la infancia en el sujeto cuando accede a la pubertad sirviéndose, sin duda, de las marcas de infancia que reinventan, por la vía de la sintomatización, otro momento de la sexualidad. La categoría infancia sufre modificaciones y hay que ver caso por caso sus efectos. Si bien la categoría es tributaria de una lógica del todo desde el psicoanálisis se trata de oponerle lo singular que se descubre en la experiencia.