Por Rosa López.
Una conocida marca de móviles anuncia su último modelo con el siguiente mensaje: “ya no hay selfie imposible”.
El anhelo de hacer posible lo imposible ha movido a los seres humanos desde el inicio de su historia, produciendo logros que desafían las leyes de la naturaleza. Lo novedoso es que en esta civilización, determinada por el funcionamiento del discurso capitalista, el acento recae sobre la negación de la imposibilidad más que sobre la consecución de un proyecto.
Hace años hubiera resultado inconcebible que algunas personas encuentren la muerte al intentar fotografiarse en una situación de alto riesgo. Hacerse un selfie con una pistola cargada apuntando a la cabeza, subido al techo de un tren en marcha, agarrado con una sola mano al borde de un edificio, son solo algunas versiones de los llamados selfies imposibles.
Asistimos a un nuevo fenómeno que nos interroga y ante el cual arriesgaré algunas conjeturas que no pretenden cerrar una cuestión de semejante complejidad. Será la clínica la que nos oriente ante los hechos novedosos de nuestra época. Ya tenemos casos de jóvenes que se dejan la vida (en el sentido figurado) por colgar un selfie capaz de obtener miles de likes y que se deprimen con que les falte uno.
No hay nada autoerotico en el hecho de fotografiarse a si mismo porque los selfies están vinculados a la difusión de las redes sociales y su objetivo consiste en hacerse ver. Ahora bien, ¿Cómo hacerse ver en un océano de imágenes en el que uno es solo un punto infinitesimal respecto a la mirada del Otro? Hay que encontrar la forma de destacar para lo cual es necesario convertirse en una excepción al conjunto.
La pulsión exhibicionista está vinculada a la castración, tiene una dimensión fantasmática relacionada con el principio del placer y el goce fálico, siendo un modo de satisfacción sexual. Ahora bien, en el selfie imposible el afán por conquistar una atención singular de la mirada del Otro empuja a desafiar la ley de la castración o surge de su rechazo, aunque no podemos hacer una clínica diferencial del acto guiándonos por la gravedad de las consecuencias.
El sujeto que busca sentirse alguien dentro de la comunidad virtual de las redes sociales se encuentra, habitualmente, con una profunda soledad. Para que una imagen capture la atención cada vez es más necesario conseguir la espectacularidad del acontecimiento. El sistema percepción-conciencia, tal como Freud lo formuló, se satura muy rápidamente, y para lograr que algo perdure un instante más en el percipiens tiene que ser único y radical. De este modo se establece una escalada infinita de imágenes bizarras en las que el cuerpo es cortado, atravesado, electrocutado, suspendido, caído, para obtener esa instantánea que te hará existir en el Otro.
Esta desesperación por ser alguien para el Otro parece indicar una separación fallida y evoca ese momento, tan bien narrado por Lacan, en el que el niño angustiado ante la incertidumbre de saber si tiene o no un lugar asegurado en el deseo materno, juega con la idea de su propia desaparición. Cuando la separación es absoluta coincide con ese “acto logrado” que es el suicidio.
La operación de separación, que en la causación del sujeto se articula en juntura de lo simbólico y lo real, está interceptada en la actualidad por la tecnología, es decir, intenta realizarse en un espacio fuera del inconsciente. En lugar de que la fantasía permanezca intrapsiquica, se realiza.
Al final el sujeto deja una imagen sin palabras, que se hará noticia perecedera y producirá un efecto de emulación.
¿Cuáles son los valores que se promueven? ¿Qué orden de heroicidad se pone en juego? ¿Es el filo mortal del narcisismo depurado de todo relato o la emergencia de un nuevo ideal propio de la época de la evaporación del padre?
Los medios de comunicación difunden sin cesar un única respuesta, la exacerbación actual del narcisismo, mientras que los psicólogos consultados arrojan el diagnostico de “personalidades narcisistas”.
Sin embargo, la respuesta no es sencilla porque, probablemente, estamos frente a un fenómeno que sobrepasa la epopeya del narcisimo y que implica al cuerpo más allá de su adorada forma imaginaria.
El sujeto, afectado de una falta en ser, se enfrenta a la escisión entre ser o tener el cuerpo y solo consigue tenerlo, sin llegar a serlo nunca, mediante la construcción de una imagen que lo unifica, le otorga consistencia y con la que se puede identificar. Es por esta razón que nuestra aproximación al cuerpo deriva inevitablemente hacia la vertiente de la segregación de imágenes. El cuerpo queda del lado del “tener” no del “ser” con los fenómenos de extrañeza que esto supone.
En “Joyce, el Sinthome” Lacan retoma la idea de que el cuerpo del ser hablante“es el tenerlo y no el serlo lo que lo caracteriza” para ilustrar su nueva concepción de la psicosis en cuya clínica es importante verificar si el sujeto puede desprenderse de su cuerpo y dejarlo caer, revelando así el desanudamiento de la consistencia imaginaria.
En la clínica nodal la consistencia es la propiedad de lo imaginario mientras que la ex-sistencia es la propiedad de lo real: “El misterio del cuerpo hablante”.
Efectivamente, cuando se trata del cuerpo hablante salimos del registro imaginario sobre el que se construye el mundo como representación y entramos en ese Misterio, con mayusculas, que mueve al psicoanálisis: La incidencia de lalengua sobre el cuerpo.
Con el selfie imposible el sujeto busca realizar una especie de hazaña de la que vanagloriarse. Un modo de subirse a un escabel para producir la belleza del que parece ser amo de su ser. Pero esa belleza está tan próxima a lo real que lo convoca. En el análisis se trataría de producir la castración del escabel para que surja el goce opaco del síntoma frente al cual el sujeto tendrá que inventar un saber hacer con la ex-sistencia del cuerpo, en lugar de ponerlo al borde del abismo.