CONSTRUCCIÓN DEL ADOLESCENTE

Por Vilma Coccoz.

Con la aparición de los Tres ensayos para una teoría sexual, en 1905, Freud daba a conocer al mundo el segundo “escándalo” que traería consigo su descubrimiento de la existencia del inconsciente: una nueva consideración de la sexualidad humana reclamaba su carta de ciudadanía en la clínica. En este texto explica que el “hallazgo” del objeto sexual, como culminación de la escansión (1) que representa la metamorfosis de la pubertad es, en realidad, un reencuentro. Finalizado el período de latencia, tiene lugar una reedición del Edipo, una repetición de la matriz del deseo formada a partir de los traumas, de la impronta del autoerotismo en el cuerpo y de las elecciones que sucedieron en los primeros años de la infancia.

Muchos años separan tales afirmaciones ocasionadas de la revisión requerida por el caso de la joven homosexual (2), quien habría llegado a la pubertad sin accidente alguno; atravesado un complejo de Edipo “normal”, y orientándose, sin embargo, hacia un cambio de condición sexual como consecuencia de un acontecimiento traumático. Una nota a pie de página consigna una pregunta fundamental: “¿Habremos de esperar que esta época demuestre también algún día una decisiva importancia?”

En buena lógica lacaniana, la pregunta de Freud anticipa su respuesta. La pubertad no sólo reaviva las huellas de las tempranas elecciones y fijaciones inconscientes sino que demuestra ser una encrucijada vital, una auténtica crisis del deseo, resultante del encuentro con lo real, lo traumático de la sexualidad, de lo imposible de escribir en la memoria inconsciente. Los seres humanos, afligidos por el lenguaje y afectados de un sexo, carecen de una clave inequívoca para orientarse hacia un partenaire y resienten gran inseguridad respecto a su identidad sexual. A diferencia de la ley de la gravedad, que explica la atracción de la materia hacia la Tierra, no existe una fórmula para escribir el código de atracción de los cuerpos y el hecho de topar con esta imposibilidad justo en el momento en que se reclama, desde el discurso del Otro, la declaración de su ser sexuado, ocasiona una conmoción subjetiva en el adolescente que hace temblar las identificaciones en las que sostenía su palabra y su cuerpo hasta el momento.

Freud comparaba la pubertad con la construcción de un túnel horadado por sus dos extremos a la vez. Sugerente imagen respecto al inevitable encuentro con el agujero del lenguaje para decir la última palabra sobre el sexo; un verdadero taladro que va horadando de forma irremisible la autoridad de los padres y afecta de manera singular a la imagen del cuerpo, inaugurando una angustiosa búsqueda de cuya resolución depende la conquista de un semblante con el cual presentarse al mundo.

Durante esta travesía, “la más delicada de las transiciones” se experimenta una desintrincación de las pulsiones de vida y muerte; siendo el púber presa fácil de tentaciones deletéreas; frecuentemente entregado a morbosos pensamientos y a peligrosos excesos; aislado en su guarida o batiéndose aturdido en pos de experiencias que pudieran otorgarle una prueba de lo real, un límite en el que creer una vez conmovida la consistencia de los semblantes. Aunque insuficiente -porque todo lo relativo al sexo es fallido-, la única brújula para orientarse la ofrece el significante fálico, que ordena la diferencia sexual y al cual se anuda el “más íntimo sentimiento de la vida.” Sin embargo, su estatuto está lejos de ser un norte más o menos claro en la actualidad. Al estallido de las identidades sexuales por efecto de un número creciente de voces que reclaman la solución de la ambigüedad sexual a través de la nominación “bisexual”, “transgénero”, “intersexual”, o incluso “asexual”, se añade la omnipresencia del porno y el empuje a la “furia copulatoria.” En medio de esta batahola de reclamos, los jóvenes ensayan las salidas del túnel tomando apoyo en las identificaciones grupales, en las tribus, o en los modelos virtuales, desde youtubers hasta personajes de ficción.

La construcción del adolescente equivale pues a la construcción de un síntoma, hecho a partir de un verdadero collage de piezas sueltas, de huellas inconscientes y hallazgos cuya argamasa está hecha de un goce pulsional y singular. La luz al final del túnel la suministra la posibilidad de alojar esta nueva “identidad sintomática” en un discurso, desde donde hablar con su cuerpo una vez confeccionado un semblante satisfactorio y favorable a los encuentros. En ese trayecto es decisivo el apoyo de los adultos de referencia, entre los cuales puede ser convocado el analista.

El discurso analítico restituye el lugar del falo alicaído en su función de significante del deseo, ofreciendo al adolescente algunas piezas esenciales para su colaborar en su construcción.

 

  1. “La pubertad tanto para Freud como para Lacan, representa una escansión sexual, una escansión en el desarrollo, en la historia de la sexualidad.” J. A. Miller En dirección a la adolescencia. En Revista de la ELP El psicoanálisis nº 28. 2016.
  2. S. Freud, “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, en Obras Completas, Tomo III. Madrid. 197. Ed. Biblioteca Nueva p. 1920.
  3. S. Freud, ob. cit.
  4. J. Lacan citado por Philippe Lacadée, Le sexe du parlêtre. En Revue La petite Girafe Nº 14.
  5. J. Lacan, “Conferencia sobre el síntoma” en Intervenciones y textos 2. Buenos Aires. Ed. Manantial.: “El significante manifiesta fracasos electivos en el momento en que se trata para el sujeto de decirse hombre o mujer”.
  6. Expresión de Víctor Hugo retomada por Philippe Lacadée.
  7. Jacques-Alain Miller: Presentación del X Congreso de la AMP en www wapol.org.
  8. Alexander Stevens ubica la polisintomatología del adolescente como respuesta al agujero de la pubertad.